Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

A propósito de Arias, Marbelle y Bessudo ¿Qué sucede con la educación en Colombia?

El plagio en una de tesis de maestría, perpetrado por una señora que usa su investidura de congresista para mostrarse inteligente y audaz, la soez confesión de un delito electoral por parte de un jovencito que se siente orgulloso de estar atacando al comunismo, y el racismo de una famosa cantante de música popular, son actos de corrupción y de odio que alumbran, de manera tácita, una grave problemática que aqueja al sistema educativo colombiano. El mismo Jean Claude Bessudo, reconocido empresario del turismo y familiar del joven, en una entrevista realizada por el portal de noticias Semana, manifestó, palabras más palabras menos, que ese hecho bochornoso del cual su nieto había sido protagonista, debía conducir a un debate profundo sobre la importancia que tienen las artes, las ciencias sociales y humanísticas en la formación integral de las personas; creo que tiene mucha razón.

Hay al menos tres situaciones que podrían explicar esos vergonzosos hechos. El primero tiene que ver con el daño causado por la idea neoliberal de convertir los servicios sociales básicos en mercancía. La falacia de que la educación debe manejarse bajo las lógicas gerenciales de la empresa privada, en donde la rentabilidad financiera está por encima de los beneficios sociales, ha perjudicado su calidad y propósito social. Para ser más claro, volvieron negocio lo que antes era un derecho. Como consecuencia de esto, por ejemplo, la Universidad Nacional de Colombia debe buscar por sí misma parte de los recursos que se requieren para su funcionamiento, situación que ha repercutido en el incremento inusitado del número de estudiantes por semestre, en el aumento de ingresos por cobro de matrícula, el deterioro de la infraestructura, el acrecentamiento de los contratos por prestaciones de servicios, la tercerización de empleos y en la disminución en calidad y cantidad de los servicios orientados al bienestar de la población estudiantil y docente.

Un segundo elemento es la aparición de universidades y programas de muy baja calidad. La juventud, al no encontrar espacio en la universidad pública y al no tener los recursos necesarios para acceder a una institución privada de renombre, encuentra en los negociantes de la educación, una oportunidad para cumplir su derecho a aprender. Cada año aparecen programas de posgrado y universidades cuyo objetivo principal no es otro sino el del negocio, la rentabilidad y el dinero. La bajísima rigurosidad académica de especializaciones y maestrías quedó expuesta en el grotesco, pero no por ello exclusivo caso de la señora Jennifer Arias.  Los jurados y tutores, a veces por negligencia, o a veces por el exceso de carga laboral, no leen los trabajos con el cuidado que se requiere y sus asesorías terminan siendo meros trámites administrativos. La mala calidad de las investigaciones y documentos se evidencia no solamente en elementos de fondo, sino también en la mala ortografía, la pésima redacción y en la errónea citación de referencias y fuentes bibliográficas. Los estudiantes, que en su mayoría pasan de agache, se convierten en un mero cliente que paga por un diploma. Al ser imposible leer o revisar ochenta documentos individuales, los profesores convierten el trabajo grupal en la regla y no en la excepción. Ensayos, investigaciones o cualquier otro tipo de documento, al estar escritos a ocho o diez manos, eliminan cualquier espacio para un ejercicio serio de retroalimentación; en otras palabras, el proceso educativo es impersonal y poco riguroso. No se enseña a desarrollar un pensamiento crítico ni científico, no se motiva la lectura ni la escritura, no se fomenta la deliberación y tampoco los procesos autónomos de aprendizaje, es decir, no se enseña a pensar, por el contrario, se educa muy bien para obedecer. Estas falencias y vacíos, que vienen desde la educación básica primaria y secundaria, son también causas de la ignominia y la penuria democrática que aqueja a nuestro país.

El tercer hecho, también entrelazado con los temas ya expuestos, es un sistema educativo que ignora que los valores democráticos y la defensa de lo público son los pilares fundamentales para que una sociedad pueda desarrollar todo su potencial. El joven Bessudo y la cantante Maureen Belky Ramírez, con sus detestables acciones, evidencian que el amor por lo público y por la democracia en su sentido más radical, deberían ser la base de cualquier pedagogía humana. Tenemos el derecho y la obligación de exigirle al Estado y a la sociedad en su conjunto una educación cada día más autónoma, libertaria, integral y democrática, una educación para la vida y no para la muerte ni para el odio. Hay que fortalecer la educación pública para que todas las personas que quieran, puedan acceder a instituciones en donde no sean tratadas como clientes-consumidores, sino por el contrario, que sean recibidos como seres humanos que quieren aprender a pensar, que quieren estudiar, investigar e innovar, que profesen empatía con el sufrimiento ajeno, que defiendan la diversidad cultural y lo más importante, seres humanos que quieren transformar la sociedad en la que viven. Para alcanzar la paz en Colombia necesitamos una educación pública amplia, deliberativa, intercultural y crítica.

RICARDO LOZADA