Revista Digital CECAN E3

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Cali desmonta estatuas y resignifica símbolos

“Nos enseñaban el tiempo pasado para que nos resignáramos, conciencias vaciadas, al tiempo presente: no para hacer la historia que ya estaba hecha, sino para aceptarla. La pobre historia había dejado de respirar: traicionada en los textos académicos, mentida en las aulas, dormida en los discursos de efemérides, la habían encarcelado en los museos y la habían sepultado, con ofrendas florales, bajo el bronce de las estatuas y el mármol de los monumentos.”

Eduardo Galeano

Cuando cae el tirano, caen sus estatuas. La historia lo demuestra con creces, pero cuando caen las estatuas debe preservarse la narrativa sobre lo que condujo a su derribamiento. Todo monumento encarna una simbología que tiene relación con las representaciones históricas y culturales de un pueblo o de una comunidad de nación. Lo ocurrido en nuestro país, en los últimos dos meses, por cuenta del Paro Nacional, tiene la mayor trascendencia. No se trata únicamente que caigan las estatuas de Belalcázar, Jiménez de Quesada y Cristóbal Colón, en Cali, Bogotá y Barranquilla, respectivamente, se trata de un ímpetu social que no se siente representado en esos pedestales de bronce. Por el contrario, exigen una relectura de los hechos históricos que llevaron a su encumbramiento. Con el desmonte de estos monumentos no se busca el olvido de lo que estos personajes hicieron, lo que se busca es visibilizar esos otros protagonistas que no solo fueron sus oponentes y sus víctimas, sino que son fundantes de nuestra nacionalidad. 

No se trata únicamente del juicio que han hecho las comunidades indígenas y afros, se trata de poner de relieve las actitudes racistas y excluyentes, que siguen latentes en nuestras dinámicas sociales, hacia los resguardos, las poblaciones de afrodescendientes, los miembros de la comunidad LGBT y, en general, los sectores vulnerables o que viven en condición de pobreza. Esta revolución de los jóvenes ha permitido desempolvar esas inconformidades, esos resquemores, esa fragmentación del tejido social que puede ayudarnos a entender las espirales de violencia que no cesan en este estallido social. 

Debo reconocer que en esta ocasión el alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, ha acertado en el tratamiento que le ha dado a este fenómeno -de desmonte de monumentos y el levantamiento de “nuevos monumentos”, como el de Puerto Resistencia-, al reconocer la necesidad de resignificar los espacios de la ciudad y darle cabida a su esencia diversa y multicultural: “efectivamente en la ciudad no existen monumentos para la comunidad afro, la indígena, que tanto le han dado a una ciudad plural y multiétnica, por eso yo creo que sí faltan algunos movimientos arquitectónicos para visibilizar”. 

Leonardo Medina, subsecretario de Patrimonio, Bibliotecas e Infraestructura Cultural, pondera esta visión de Ospina que le ha dado luz verde para entrar en diálogo con los miembros de las comunidades indígenas, los afros y la diversidad colorida que se expresa a través de los jóvenes, líderes del paro. De esos encuentros debe conciliarse lo que deba suceder con la estatua de Belalcázar. Medina le apunta a que vuelva a su lugar y, en esa “resignificación de los espacios”, darle cabida a propuestas arquitectónicas que le den cuerpo a esos otros imaginarios que representan la caleñidad. La discusión está abierta: ¿Belalcázar solo? ¿Belalcázar acompañado por esos otros que han edificado y hecho variopinta la imagen de la ciudad? 

Por mi parte, no dejaría solo a Belalcázar, como ícono de la ciudad, sería desconocer los reclamos y el juicio histórico que han hecho las comunidades indígenas. Un reclamo justo, bien interpretado por los constituyentes de 1991, que debe pasar de la letra a las acciones.  En todo caso, donde sea que se reubique el monumento debe estar acompañado no solo de la placa “Homenaje al IV Centenario de la Fundación de Santiago de Cali”, los datos del escultor y la fecha de su instalación, sino de otra placa que recuerde que El 28 de abril de 2021, día que inició el Paro Nacional que puso a tambalear el gobierno de Iván Duque, la comunidad indígena del pueblo Misak derribó la estatua. El 16 de septiembre de 2020, en el morro de Tulcán, en Popayán, la misma suerte corrió otra de sus estatuas. Ambas acciones son el resultado de un juicio, realizado a Belalcázar por las comunidades indígenas, en el que se le imputan los siguientes delitos: genocidio, despojo y acaparamiento de tierras, desaparición física y cultural de los pueblos que hacían parte de la Confederación Pubenence, tortura por medio de técnicas de empalamiento y ataque con perros.

La imagen de Belalcázar recuerda una visión de la historia que por mucho tiempo hizo carrera en el pensum escolar, trae a la memoria el encuentro de tres mundos que dio lugar a la comunidad mestiza y diversa que somos y obliga a visibilizar las otras caras de esas comunidades que nos dieron origen.

Una vez despejado el punto de Puerto Resistencia se vino la andanada de la llamada “gente de bien”, para que se tumbara el monumento que allí fue levantado por los manifestantes. De nuevo el alcalde fue coherente y se opuso con tenacidad a tal despropósito: “Quiero dejar claro que el Monumento de Resistencia en la Simón Bolívar no será destruido o retirado por nuestra Alcaldía, todo su cuidado y proyección futura se hará en concertación con sus promotores…” Es una salida certera porque no cabalga en la “supuesta debilidad” del movimiento juvenil, ni aprovecha para borrar de un plumón sus alcances. Ospina ha empeñado su palabra con proyectos ambiciosos que involucran las necesidades de estudio, empleo y apoyo a emprendimientos, exigidas en las mesas de concertación. De otro lado, es una lectura que le apunta a valorar los reclamos de los distintos sectores sociales y, de paso, construir memoria histórica respecto a los desaparecidos, los muertos y la incidencia de estos puntos de resistencia en el impacto del Paro Nacional. 

Lo contrario sería tumbar, acallar y olvidar para que todo siga igual, con la apariencia de que “nada ha pasado”. Fue lo que intentaron hacer los convocantes de la pintatón del 4 de julio en Cali: «El único significado que tiene esta actividad es unir, es dejar un lienzo para reescribir la historia…”, manifestó Gloria Bolaños, una vocera. Pero para “reescribirla” taparon con pintura gris todos los mensajes, los grafitis y las consignas que habían sido pintadas en la intersección de la calle quinta con carrera primera, en diferentes momentos del Paro Nacional. 

Desde nuestra labor docente insistimos a nuestros estudiantes que deben hilar muy delgado cuando se lee e interpreta la historia: ¿quién la escribe? ¿desde qué visión? ¿desde qué intereses? ¿qué fuentes le sirven de sustento al historiador? Por esto la acción de borrar o limpiar esas paredes para “reescribir” la historia es una acción que, en ese momento, resultaba agresiva para los jóvenes que siguen en resistencia. ¿Por qué borrar las huellas creativas de lo que ha costado tantas vidas? Esta actitud me recuerda la imagen del conquistador español que se hacía acompañar por sus cronistas –generalmente sacerdotes- para que contara sus hazañas. ¿Y la versión de los otros, de los que opusieron resistencia, de los vencidos? 

Al día siguiente de la pintatón la escultura de Jovita Feijoo apareció pintada de negro y con cadenas. De nuevo un acto simbólico, como lo dice su autor: Jovita está de luto. Cali está en duelo por los caídos. Leonardo Medina no se escandaliza por el hecho, por el contrario, piensa que todo lo sucedido debe ser parte de una crónica histórica que deberá ser escrita por todos los participantes de estos hechos imborrables. “De hecho, nos dice, en esa narrativa que debe alimentarse de registros fílmicos, de registros fotográficos, de las producciones poéticas, de las crónicas literarias, de los testimonios, del inventario de esos nuevos monumentos que vayan emergiendo al calor de las creaciones colectivas; es importante recuperar hitos históricos que pueden considerarse antecedentes de este despertar juvenil y social, me refiero al movimiento estudiantil de 1971 y a la recuperación de referentes importantes, como Andrés Caicedo”

Precisamente la dependencia a su cargo lidera la celebración de los 50 años del Cine Club de Andrés Caicedo con el lanzamiento del libro “Todos los cuentos”, de su autoría. Medina no oculta su satisfacción por la cantidad de puertas que la alcaldía está dispuesta a abrir para darle cabida a las expresiones culturales que se han multiplicado con motivo de la protesta social. “No solo es la escultura de Puerto Resistencia, sabemos que hay ideas sobre otros monumentos que se desean levantar. Queremos apoyarlos y que se ajusten al Plan de Ordenamiento Territorial, para que no haya la posibilidad de rechazo o de choque con otros habitantes de la ciudad. Incluso, las expresiones del arte callejero pueden tener participación en la Bienal de Muralismo”

Este derrumbe de los monumentos, este rifirrafe de las simbologías –en las esculturas, uso de las camisetas blancas y jean “la gente de bien”, la pintura gris para borrar “lo condenable”, el color negro para la falda de Jovita y el reemplazo de su ramo de flores por cadenas, las apuestas creativas en filmaciones y mensajes de WhatsApp- expresan un malestar social de largo aliento, que se lograba contener a fuerza de hacernos aparecer como la ciudad “rumbera” y la ciudad “deportiva” que se desgastaba en la rivalidad de rojos y verdes

Cali es ahora la ciudad de la masacre en los cañaduzales, la que vio brillar y morir a Harold Angulo Vencé – más conocido como Junior Jein-, la que llora los desaparecidos y los muertos por la violencia oficial, la de los extramuros y la ladera en la miseria, la de los jóvenes que se resisten a seguir evaporando su vida en las esquinas. Cali exige recuperar y visibilizar su memoria histórica. No para mantener en condición subalterna a algunos de sus pobladores y seguirlos exhibiendo como “productos exóticos” o seguir robándoles en sus contratos como artesanos, albañiles, maestros de obra, decoradores, músicos, bailarines, maestras y maestros de cocina, entre otros. Medina quisiera que la escultura de Jovita, en su restauración, recogiera el carácter festivo y multicolor de los caleños, el talante de una ciudadanía que se agiganta en el dolor y las adversidades. Pombo, como buen artista, sabrá representar en la “reina de reinas” el sentir de los caleños en este periodo crucial de su historia.

Lo que ocurre en Cali –al igual que en otras ciudades de Colombia- es una oportunidad que no puede ser dilapidada por sus dirigentes y por quienes han asumido la tarea de construir un futuro distinto para nuestro país. Se trata de sanar el tejido social, golpeado por unas narrativas históricas que han generado racismo y exclusión, por ello Sandra Borda, analista política, se pregunta: “Si convenimos en que la supremacía blanca es algo a extinguir, si ya prácticamente nadie la defienden, ¿por qué no vamos a tirar los símbolos que la encarnan y la celebran en el espacio público? Como he dicho, no basta tirar, derrumbar, es necesario construir relatos que le cuenten a las generaciones venideras lo ocurrido y, en especial, en dicho proceso es clave hacer procesos de reparación y visibilización, tal como lo afirma Carlos Medina Gallego, historiador de la Universidad Nacional: “…el mundo requiere que los monumentos estén dirigidos hacia acciones reparatorias de hechos históricos que fueron profundamente ofensivos contra la humanidad». El olvido solo le sirve a quienes fueron responsables de hechos graves, a los genocidas, a quiénes les conviene tapar los actos de barbarie, los actos que hicieron daño a comunidades enteras.

Tener una estatua de Hitler sería una ofensa para la comunidad judía y para el mundo, pero nadie puede olvidar su nombre, ni lo que representa. Pobres aquellos que se tatúan la cruz gamada sin saber todo el oprobio, toda la sangre, todos los muertos que ella representa. Hitler no puede ser olvidado, pero no puede exhibirse como héroe, debe ser nombrado y su impronta histórica, una y otra vez deber ser contada y analizada en los claustros escolares, como símbolo de la sociedad que combatimos, como imagen indeseable de los supremacismos y, sobre todo, como una historia que no estamos dispuestos a permitir que se repita. 

Todos los monumentos pueden ser objeto del escrutinio y la reinterpretación histórica en cualquier momento: volverlos al presente permite resignificar los imaginarios colectivos y construir tejido social, tal como lo advierte el profesor David Blight, de la Universidad de Yale: “…tenemos derecho a debatir cómo queremos que nos represente nuestro paisaje conmemorativo público.”

En Cali se está contando la historia desde la resistencia y es necesario que los monumentos acompañen estos sucesos porque no deben ser olvidados, ni perdidos en el tiempo.

Bibliografía

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