
Carta abierta de respuesta a mi amigo Josep Llabina, dirigente político y líder social catalán, quien me pregunta:
“Ante los últimos acontecimientos en tu país: ¿Crees que se producirán cambios? ¿Es algo de cambio mental de la sociedad o me parece a mí? ¿Crees que hay riesgo de la aniquilación física de la contestación social? ¿Crees que el actual Presidente tiene capacidad de rectificar?”
Hola Josep. Es cierto que hay un evidente movimiento de masas que es inédito en Colombia, puesto que antes, toda manifestación de esta clase era asimilada a subversión, guerrilla y terrorismo. Hoy que las Farc ya no están le es más difícil al gobierno mantener este señalamiento, aunque lo intenta, pero se encuentra con una mentalidad distinta en la población, especialmente la más joven, y justo es reconocer, que los que hoy estamos en los 60 años, que vivimos el paro cívico nacional de 1977 y que en nuestra juventud soñábamos con un mundo mejor, – quienes somos los padres de los muchachos de hoy-, gozamos el privilegio de ver la reivindicación de nuestras luchas frustradas y de nuestros sueños inconclusos, en la actitud de una juventud que bien se define como «la generación del no me dejo joder».
Una generación que definitivamente no se lee en el espejo de la violencia política colombiana. No se lee en el discurso hipócrita de la democracia más antigua de América. No se lee en el discurso de las buenas maneras y el buen comportamiento que una cultura sometida, vertical y machista, siempre impuso.
Asistimos apreciado Josep, al surgimiento de una voz pacífica, no violenta, pero profundamente valerosa, talentosa, creativa y que seguro, no le va a ser fácil al establecimiento del poder político, económico y cultural, difuminar. Tengo esperanza en la Colombia de los menores de 40 años. Son otra nación. Más conectada, más horizontal en sus relaciones, más cuestionadora en sus búsquedas, más rompedora de esquemas en todos los campos de relación humana: en la pareja, en la familia, en la escuela, en la universidad, en la empresa, en el trabajo como actividad personal, en la iglesia, en la relación con el poder, en la relación con el medio ambiente, con los otros, con lo otro.
Ahora es a nosotros, los mayores de 50 años, a quienes nos corresponde desde la sociedad civil, apoyarlos, y en algún modo, orientar algunas de sus iniciativas, si hay lugar a hacerlo, respetándoles su libertad espiritual e intelectual, ante los desafíos que enfrentan. En su caso, repito, creo que mayoritariamente nos tienen de aliados, lo que no ocurría en nuestro caso siendo jóvenes; porque nuestros padres, o poco habían luchado, o mucho habían sido sometidos, y en consecuencia tenían incorporado hasta los tuétanos el discurso del miedo. Puede ser que nosotros, los que hoy somos sus padres, no la tengamos clara, nunca la hayamos tenido, pero lo que sí es verdad, es que siempre tuvimos la sospecha y es ahora, con nuestros hijos, que comenzamos a develar las evidencias que le dan fuerza moral y razón política al plantón que le están haciendo al poder.
Casi que podría decirte que, en mi caso, asisto a una fiesta democrática como nunca la había visto he imaginado, porque cuando nosotros hacíamos nuestra algarabía multitudinaria, siempre la hacíamos enfocados en contra de un patrono y de un gobierno que enfocábamos como los representantes únicos de la clase a tumbar, para que el reinado del proletariado y el campesino, amaneciera en el nuevo génesis de nuestra historia. Reinado que siempre asumíamos, estaría respaldado por la retaguardia revolucionaria armada que nos servía explícita o implícitamente, como escudo de fuerza en la lucha imaginada.
Ellos, los jóvenes de hoy, no necesitan retaguardia alguna, menos ejércitos de infantería abriendo espacio a sus ideas. Tienen la decisión de no tolerar más el ultraje, pero ya no visto como simple lucha de clases, sino más bien concebido, como talanquera que impide una sociedad humana más inclusiva y más respetuosa con el entorno en el que se vive. Ya no buscan héroes ni libertadores. Ahora quieren líderes inspiradores que interpreten sus anhelos, los que en mi opinión, están mucho más cerca de la coherencia del sentido común, que de los sueños ingenuos de reemplazar unos dioses humanos, por otros dioses humanos.
Cuando manifiesto mi esperanza en la «otra nación» a la que aludo observando el comportamiento y la convocatoria de los colombianos más jóvenes, no dejo de reconocer el peligro de «la bestia». Es claro que el poder es como la fiera herida, cuando se siente a punto de la caída: muy peligroso por sus reacciones y su agresividad. Pero por una vez pensemos que el poder también tiene miedo y que ese miedo ya no le será tan fácil escudarlo con la llamada fuerza pública que pone igual como frente de ataque y como carne de cañón, ante las manifestaciones del pueblo. También los miembros de la fuerza pública tienen hijos que ya están contaminados de otras comprensiones sobre la realidad y también de otras relaciones.
Igual es evidente que no puede haber tanto desencanto, si fuera cierto que las elecciones las ganó mayoritariamente el Presidente actual. No sé dónde están escondidos los uribistas furibundos quienes cobardemente invitan a la guerra siempre escondidos en sus madrigueras. Hay desencanto no solo por la incapacidad y la inexperiencia del Presidente. Lo hay porque para todo Colombia es claro, que el Presidente está preso de un partido, de una jauría de lobos políticos nacionales y de unos lobos mayores dentro y fuera del país, que hacen valer aquello de que el que pone el oro, pone el loro.
Sobre si el Presidente tiene o no, posibilidad de rectificar, obliga a mirar a su alrededor. A la clase política, a los congresistas que al final son los que avalan o no, las propuestas del gobierno. Y allí tenemos el problema mayor, pues el Congreso está minado de bufones y de negociantes burdos, con honrosas y minoritarias excepciones. En su inmensa mayoría fletados por los lobos del oro. Luego entonces, la presión también debe alcanzarlos a ellos, pues hasta ahora, van pasando de agache y no presionarlos puede ser un error grave de las convocatorias. Al fin y al cabo, el Presidente en las actuales circunstancias, paradójicamente, puede resultar decorativo y por tanto, fusible de los poderes que tiene detrás.
Con relación a la geopolítica del vecindario, el panorama no es claro pero, si es claro, que comienza a fluir una masa crítica continental que presiona cambios de modelo, cambios de poder, cambios de política y de políticos. Somos pueblos jóvenes en la historia y en esta coyuntura, en la que el imperio del norte está trastabillando, si bien asistiremos a los desastres de la fiera en su caída, es seguro que ahora tendremos que esperar el surgimiento de nuevas propuestas, menos binarias, más prismáticas, de parte de quienes se postulen como inspiradores de la posible refundación del subcontinente.
Soy consciente Josep, que mucho de lo dicho, es fruto de mi deseo, de mi ilusión, de mi esperanza. Y aunque acepto que podemos seguir de tumbo en tumbo, también espero que cada vez éstos, los tumbos, sean menos, de menor impacto y más espaciosos. Ya no se trata de nosotros. Se trata de abrirle cancha a la Latinoamérica joven que no quiere a los Trump, tampoco a los Bolsonaro, a los Duque, a los Ortega, a los Maduro, a los Evo. La Latinoamérica joven que no quiere seguir aceptando como inevitable el simple cambio de dioses y dictadores humanos, pretendiendo que aún estamos en la infancia de la historia.
José Alberto Tejada Echeverri
Director Sistema de Medios CECAN MEDIA
Celular: 3182050668
Más historias
El aniversario del Estallido: Empatía social frente al abandono y terrorismo de Estado
Sobre el 28A: con “A” de Avancemos
Ministro cínico, jóvenes dignos – Conversando Con Nuestra Gente