Dr Gloria Hurtado
En este nuevo aire que hoy se respira en Colombia, donde pareciera que sólo es válido pensar de una sola manera, perdiendo de paso el derecho a la diversidad o a la pluralidad, bien vale que nos empecemos a preparar para el manejo de la intolerancia. Por todo lado, en cualquier escenario, se multiplican “los dueños y dueñas de la verdad”, fuera de la cual no hay salvación y mas vale estar preparados para la avalancha de intolerantes que se nos avecina. Que según las últimas encuestas, va a ser de proporciones desmesuradas. En una frase de antología Voltaire escribió hace varios años “no comparto lo que usted dice pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”. No encuentro en nuestro lenguaje una síntesis mas precisa sobre el valor de la tolerancia. Pues bien, hay que apelar a ella, a la expresión voltairiana, para prepararse a recibir los dardos dolorosísimos de la intolerancia. Que ya está aquí, “sentada” en los salones de amigos y amigas, en los espacios comunes donde antes se podía disentir, en las familias grandes o pequeñas, en los escenarios intelectuales, en los clubes sociales, en fin. La intolerancia se pasea oronda por la vida cotidiana y es aquí donde debemos prepararnos para no salir tan lastimados.
Porque la intolerancia es demoledora. Hay que haberla sentido para poder describirla. Es algo semejante a un asesinato a la propia autoestima. Claro, las heridas no se ven porque al alma no se le pueden tomar radiografías. Pero allí está, destruyéndote por el único delito de tener una idea diferente. La intolerancia es un atropello a la dignidad de la propia individualidad. Es algo semejante a prohibirte ser persona, a ser tu mismo: sólo es válido formar parte de la manada, del rebaño. Las diferencias son altamente peligrosas y los intolerantes, dueños de la verdad, te restriegan “su verdad” de todas las maneras posibles.
Si alguna vez has escuchado el ruido de espadas al aire, cuando zumban en los oídos, amenazando con herir, algo semejante se siente frente a la intolerancia. Una amenaza que te ronda por el sólo delito de ser tu mismo, tu misma. Zumba, ronda, amenaza. Entonces hay que prepararse. Para empezar a manejarla, por favor no te las des de héroe: hay que callar! Silénciate, se dueño o dueña de tu propia idea y calla. Es diferente que tú te decidas por el silencio a que te callen. Los y las intolerantes no necesitan interlocutores. Ellos mismos se contestan y por lo tanto no vale la pena el desgaste de tus argumentaciones. Los intolerantes sólo oyen su propio discurso y no existe ninguna idea posible para poder conciliar. Los intolerantes no se equivocan: desde su inseguridad, no pueden aceptar ni revisiones, ni conciliaciones, ni cuestionamientos. Ellos y ellas “son la verdad”. Y claro cuando a los intolerantes se les acaban las presiones dialogadas para controlar tu pensamiento, pasan a la acción. Y es allí donde tu empiezas a sentir que has cometido el delito de ser tu mismo y por ello debes pagar un precio. Imagínate el drama interior de sentirse censurado por ser tu, como tu eres. Pero es la consecuencia de la intolerancia.
Es posible entonces que empiece un período de muchos silencios al lado de un discurso repetitivo en varios escenarios. Pero los silencios son la nueva coraza frente a la avalancha que ya llegó. Sin olvidar claro que el silencio es lenguaje y las ideas jamás se silencian: sólo no se oyen, pero allí continúan, persisten. Y hasta ahora, afortunadamente no ha existido ningún hombre, ninguna autoridad, ningún poder, que silencie la diferencia. Afortunadamente.
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