Ayer se cumplieron dos años de aquel siete de agosto en que la Plaza de Bolívar de Bogotá fue invadida por oscuros personajes que piensan en el pasado: traquetos, ganaderos despojadores de tierras, políticos corruptos, prestamistas y bandidos emperfumados llegaron muy entusiasmados a la posesión de un presidente que tenía como propósito fundamental volver trizas la paz.
De ese acto quedaron evidencias en los álbumes personales de los invitados de honor y en las páginas de los periódicos, tan dados a presenciar esas compañías sin musitar palabra. El Ñeñe Hernández, un narcotraficante de la Guajira pillado telefónicamente cuando compraba votos para el que se posesionaba como presidente; y Samuel Niño, un piloto asignado para llevar y traer en la campaña electoral al que se posesionaba como presidente, estaban entre los que brincaban de la dicha por haber coronado esa vuelta en la segunda vuelta. Ambos están hoy muertos. El primero fue asesinado en Brasil en extrañas circunstancias y el segundo murió calcinado cuando la avioneta en la que transportaba cocaína a México se precipitó a tierra en Guatemala.
En la ronda de medios que desató con los periodistas amigos para destacar sus supuestos logros en los dos años que han pasado de su mandato, Duque afirmó que los cultivos de coca se han reducido, que ha sembrado en cambio 32 millones de árboles, que ha disminuido la pobreza, que ha combatido la corrupción, que el país es mejor, que la economía va bien, que Colombia es ejemplo en el panorama internacional, y muchas cosas más que dejan ver que vamos por un excelente camino. Claro, se le atravesó el coronavirus y ahí va nuestro estadista: con muchos muertos y contagiados, con un desempleo aterrador, pero ahí va.
Salpicado por vergüenzas como la Ñeñepolítica, el creciente asesinato de líderes sociales y reincorporados, el retorno de la guerra, los desplazamientos por las nuevas y constantes masacres en los territorios, los señalamientos por beneficiar a los bancos y no a las comunidades pobres en esta pandemia, la defensa a ultranza de su mentor político hoy convertido en reo, al presidente ayer le preguntaron por la serie Matarife, un documental audiovisual que desnuda el pasado de quien orientó que votaran por él, y su respuesta fue: “ Yo soy muy malo para ver la ciencia ficción”.
La respuesta fue tan propia de él que el periodista, tan acostumbrados muchos a llegar libretiados cuando se trata de entrevistar a los gobernantes que pautan, quedó mudo y a su memoria ni siquiera se le vino un episodio que ocurrió en noviembre del año 2018 en la sede de la Unesco, en París, en donde Duque exponía las virtudes de su llamada economía naranja. Dijo el presidente ante una multitud de personalidades del mundo: “ Y nos remontamos a lo que llamamos las siete íes. ¿Y por qué siete íes? Porque siete es un número importante para la cultura, tenemos las siete notas musicales, las siete artes, LOS SIETE ENANITOS. Mejor dicho: hay muchas cosas que empiezan por siete”. La profundidad del pensamiento del primer mandatario de los colombianos, ese talante, no fue retribuido con la admiración que le profesan quienes votaron por él; al contrario, las burlas se desataron en cadena mundial.
Pues bien, ese presidente que dice que no le gusta la ciencia ficción sí fue enfático en resaltar ante la comunidad internacional un cuento de hadas, de apoyar sus tesis económicas en una historieta de brujas y duendes, de llevar ante el atril del conocimiento y la ciencia mundial relatos de espejos que le hablan a una reina malvada.
En cambio no tuvo la altura para controvertir una serie que, basada en archivos fílmicos, en evidencias periodísticas y expedientes judiciales, en entrevistas a personas de carne y hueso, en hechos de nuestro pasado macabro, devela los antecedentes de un personaje que esta semana fue apresado. Presidente, eso no es ciencia ficción; Blancanieves y los siete enanitos, sí.
De seguro Duque seguirá encerrado en sus historietas, en sus cifras de ficción, en sus cuentos y cuentas, en su espejismo mágico; mientras tanto, millones de colombianos continuarán viviendo realidades, padeciendo los infortunios del presente y esperando todos los viernes una serie que pese a los intentos jurídicos y el saboteo cibernético sigue develando el pasado de un personaje malvado que esta semana empezó a desplomarse.
Santiago de Cali, agosto 8 del 2020.
Raúl Ramírez Tovar
Periodista
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