Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

El día que íbamos a «matar» a Uribe

Bogotá helaba y yo me antojé de un cigarrillo. El evento era en el Hotel Tequendama, un hotel de espíritu militar, acabados modernistas y una fachada gris que sobrevive con dignidad arquitectónica. No llevaba medio cigarro cuando empecé a observar militares que corrían de un lado a otro ubicándose en posición de defensa. Uno de los militares se me acerca y me pide identificación, lo saludo, le entrego mi cédula, le muestro mi escarapela del evento, el militar lee el nombre de la Revista El Clavo, me pregunta eso de donde es, le cuento que somos de Cali, que es periodismo universitario y que somos de la Javeriana, el militar me devuelve la cédula y me pide que me entre inmediatamente.

Mientras camino hacia el lobby del hotel observo el despliegue militar que incluye francotiradores, ambulancias y una decena de camionetas polarizadas de las cuales aún no se baja el señor de las sombras. En la entrada fui requisado dos veces y me pidieron avanzar rápido porque estaban despejando, había llegado el presidente.

Habían pasado dos años desde que este hombre paisa, de animo campesino, discurso amable y carácter fuerte había enloquecido a todo un país. Su llegada fue la esperanza de unos años 90s donde la guerrilla, el paramilitarismo y el narcotráfico eran como una bacteria que iba carcomiendo el tejido social. El político paisa fue presentado como la gran solución, el que iba a limpiar a Colombia, el que iban a cortar la maleza y a exterminar la plaga.

La llegada del mandatario al Tequendama se parecía a la de un Rock Star. La gente quería tirarse encima de él y besarlo mientras la prensa realizaba hasta lo irresponsable por tomarle una foto y registrar cualquier cosa que hiciera. En las casas, frente al televisor, cada acto de Uribe, cada idea, cada palabra, generaba fascinación y la fascinación es rating.

Al regresar a dónde se encontraba el equipo de El Clavo llegué emocionado a contarles que el señor de las sombras estaba por ingresar. En ese mismo momento, alguien de

los organizadores se acercó para confirmar que tendríamos la posibilidad de entregarle una revista al aclamado presidente personalmente. La persona que nos informó imaginaba que sería un honor para nosotros entregar la revista pero se sorprendió al ver que nuestra reacción era de rechazo y que la respuesta fue unánime: no le entregaríamos revista a ese señor.

Una horas antes le habíamos entregado la revista a German Vargas Lleras, la recibió, miro su portada amarilla que con potencia visual invitaba a adentrarse en sus páginas, abrió la primera página y se encontró de frente con una caricatura que pintaba a Uribe como un Terminator con un texto que decía: URIBEITOR. Vargas Lleras al observar la caricatura la cerro y tiro la revista a la canasta de basura sin ningún pudor. Eran tiempos en que Vargas Lleras y Uribe eran públicamente aliados.

El ingreso de Uribe al gran salón de conferencias causó un revuelo de fanáticos que corrieron a su encuentro como manada. Nosotros, la minoría en ese entonces, desde el costado izquierdo del salón observábamos con apatía. Los flashes de las cámaras parecían infinitos y a muchos de los espectadores vecinos les molestaba nuestra actitud arrogante ante la llegada del salvador de la patria.

El maestro de ceremonias del evento se regó en una lista interminable de agradecimientos, políticos, militares, empresarios, periodistas, sino estabas en esa lista no pertenecías a la crema y nata del poder en Colombia. Alejandro Santos, el director en ese entonces de aquella Revista Semana ambigua, que almorzaba con el poder y al mismo tiempo los denunciaba, dio el discurso inicial. Hablo de la Paz, del dialogo y de la importancia de la empresa privada en la construcción de sociedad. Mientras el discurso de Alejandro Santos se diluía en bipolaridad, alguien de nosotros dijo (pude ser yo, no lo recuerdo bien): y sí lo matamos cuando le entreguemos la revista? haríamos historia. Todos nos reímos con la descabellada idea, aquella costumbre nuestra a reírnos del

asesinato como si fuera algo normal, algo común. El disparo, el sicario, el muerto, son tantos, tantas las cifras que se diluyen a través del tiempo y el olvido.

Alguien dijo que lo más viable era asesinarlo con un lapicero. Había que aprovechar la cercanía. En el momento de entregarle la revista saltarle encima como un salvaje y clavarle con fuerza el lapicero varias veces. Quién accediera a la misión tendría que entender que sería un mártir, que tendría que morir por la causa, que no había otro chance, quizá jamás estaríamos tan cerca. Yo levante la mano y accedí a la misión suicida qué salvaría a Colombia del señor de las sombras. Pensé en mi familia, respiré, me abracé con mis compañeros de periodismo universitario, les agradecí todo, les dije que su tarea era defender mi nombre, yo sabía que les iba a quedar imposible hacerlo y que mi nombre quedaría manchado como le hicieron a Roa, el supuesto asesino de Gaitán.

La espera sería larga porque primero Uribe le hablaría a un público ansioso de escuchar a su mecías.

Uribe no saludó, se levantó con el micrófono con una humildad que te atrapa, cercano a todos, natural, y en su tono paisa encantador y espontáneo nos preguntó, ¿Ustedes cuál creen que es el principal problema de Colombia? Mientras la gente pensaba en silencio, Uribe le pedía amablemente a su equipo que apuntaran los resultados en la proyección. Nadie ha levantado la mano y Uribe le lanza la palabra a una chica entre nerviosa y alegre al ver que el pastor le ha dado la palabra. Ella le dice que la corrupción es el principal problema de Colombia, y Uribe con alma de presentador pregunta con el micrófono, ¿Quienes creen que el principal problema de Colombia es la corrupción? La gente levanta las manos, Uribe va contando, sin prisa, sin ansiedad, como si fuera un bingo. El público en suspenso, le pide a uno de sus guardaespaldas que le ayude a contar, 37 personas consideran a la corrupción. ¿Quienes creen que es la pobreza? Otro grupo levanta la mano. Otros dicen que es la guerrilla, otros dicen que es la delincuencia, otros que el narcotráfico, el presentador anima a que la gente participe. Finalmente les pide silencio, cuenta uno a uno los resultados, y al finalizar les

dice que No, que nada en esa lista es el principal problema de Colombia, y con convicción nos dice que el problema de Colombia es la falta de liderazgo, el auditorio entero rompe en un aplauso irritante y pegajoso.

La fila para llegar ante Uribe y entregarle la revista fue un suspenso que me hizo pensar en todo lo que implicaba el acto que iba a cometer. ¿Me matarían ahí mismo, me atraparían y luego me torturarían para preguntar quién me había pagado? ¿Me dejarían vivo y me presentarían a la televisión como el asesino de Uribe, me arrastrarían como un perro muerto por todo Bogotá como le paso a Roa, el asesino de Gaitán? ¿Sobre mi familia caería la maldición y la desgracia? No les quedaría otro camino que largarse de Colombia. Eran algunos de los escenarios que pasaban por mi cabeza hasta que llegué a estar a un puesto de mi víctima. El otro periodista de adelante se abraza emocionado con el presidente, se toma varias selfies con su cámara digital, no había aún estos mega celulares de hoy, el periodista le agradece lo que hace por el país.

Llega mi turno, me acerco, veo su cara mirarme, confiado ante este joven provinciano en la capital. ¿Cómo se llama esa Revista? Me preguntó sin dudarlo, yo tardé en reponerme a su pregunta y le entregué El Clavo. Él la recibió con buenos ánimos, la abrió y se encontró de frente con la caricatura del Uribeitor, la observo a detalle, se tomó el tiempo, sonrió sin mostrar ningún efecto negativo, neutro totalmente, me dio la mano cortante para despedirse, se dio cuenta que yo no le pediría una foto, imaginé la escena, matando a Uribe a lapicero limpio, sacando toda la furia de esas víctimas que a mí no me toco ser y que tanto he leído en los libros. Le suelto la mano y me da un espaldón de ánimo, como empujando a hacerlo, salgo de la fila y camino hasta donde están los otros, al acercarme nos morimos de la risa, me preguntaron que me había dicho, yo les dije que solo sonrió al observar el URIBEITOR, y entonces todos celebramos emocionados al ver que Uribe vio la caricatura, era un triunfo del periodismo universitario.