Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

El triste asesinato de The King of Creole

Cuentan quienes conocieron a Hety que en su vocabulario no existía el “no”. Cuentan que si alguien le pedía que le ayudara a recoger árboles de pan corría con gusto a hacerlo. Que si alguien le pedía que cantara un par de canciones lo haría sin problema, “eso si con alguna broma”. Cuentan que si le pedían un consejo, una comida, o plata prestada, algo se inventaba para ayudar.

Fabian Perez Hoocker, de nombre artístico Hety, se fue a estudiar música a Bogotá, y desde allí se encargó de apoyar a varios de los jóvenes sanandresanos y sanandresanas que se fueron a buscar suerte a la gran capital. Hety sabía mejor que nadie que ser un joven en el archipiélago es cargar a su espalda con la incertidumbre de un futuro incierto.

Este joven cantante nació en el barrio “La Loma”, desde donde se puede observar a plenitud al mar de los siete colores y donde se escuchan los cantos de la iglesia Bautista que desde muy pequeño visitó. Desde ese entonces todos los que lo conocieron fueron testigos de su talento y su interés en la expresión de la cultura raizal. “The King of Creole” es un artista que transformó la música sanandresana al fusionarla con otros sonidos sin perder la esencia de la música ancestral. Su música es expresion del Creole, la lengua nativa de quienes han habitado este paraíso desde tiempos coloniales. El Creole es una fusión entre el inglés, el castellano y el africano. Con su música, Hety rompió todas las fronteras, sus letras viajaron por el mundo y como dice su gente, “No hay fiesta en la isla donde no suene Hety and Zambo”.

La noche en que Fabian fue asesinado se encontraba en su casa con un amigo de infancia que se suponía tenía casa por cárcel (para cualquiera en la isla se volvió normalidad que quienes tienen casa por cárcel anden por ahí como si nada). El amigo de Hety pertenece a la familia de los Pusey, una familia de negocios criminales. Al preguntar por los Pusey, los habitantes de la isla prefieren guardar silencio. En los medios de comunicación, tanto locales como nacionales, no se dice nada sobre el hijo de los Pusey.

El rumor en los barrios de “La Loma” es que: “iban por el hijo de los Pusey y se llevaron a nuestro Hety”. Uno de los impactos de bala le abrió la arteria femoral. Al llegar al hospital, el personal médico hizo todo lo que estaba a su alcance, pero las posibilidades de sobrevivir a una herida de esa magnitud eran bajas, y en una isla como San Andrés, son aún mas reducidas. Su muerte revivió una verdad eterna, el hospital no cumple con las condiciones para una capital de departamento que recibe a miles de visitantes por semana.

La indignación por el asesinato de Hety y la ausencia de una política social para San Andrés impulsó a la comunidad a la protesta. Principalmente fueron jóvenes los que salieron a las calles. Los lideres de la protesta lograron reunirse con la gobernación pero no se logró llegar a un acuerdo, las promesas fueron un eco de los mismos discursos de siempre, más policia, más seguridad, y que se viene un mega proyecto de recuperación del hospital. (la isla está rodeada de mega proyectos abandonados que se convirtieron en elefantes blancos)

Lo cierto es que nadie le cree a los políticos, pero al mismo tiempo estan atrapados por ellos. La ausencia de oferta laboral, hace que la mayoría de gente tenga que depender de esos políticos para obtener un empleo. Esto los obliga muchas veces a agachar la cabeza ante sus gestiones mediocres y corruptas.

El otro camino laboral que tienen los jóvenes es el narcotráfico. Según un comerciante de la isla (que al igual que todos prefiere no dar su nombre): “si se acabara el narcotráfico mañana, las islas entrarían en una crisis social, me atrevo a decir que un 50% de nuestra economía la mueve el narcotráfico. ¿Sino como cree que estás islas sobrevivieron a los cierres de la pandemia? La cantidad de narcotráfico que se movió por esos días, ni le cuento”. Según la emprendedora Nathy Ramirez, una de las pocas personas que decidió dar su nombre “no fue a punta de pesca que la isla sobrevivió a la pandemia, el narcotráfico se movió como nunca en aquellos días”.

Otra fuente que trabaja con la Gobernación me dijo lo siguiente: “aquí gobierna el narcotráfico, la policía, la fiscalía, todos los entes de control guardan silencio. ¿De dónde se puede explicar que cada vez hay más armas? ¿De dónde vienen?¿Quién permite que entren? Aquí toca guardar silencio, este es el paraíso del narcotráfico”.

Un capitán de lancha rápida o barco que ponga su embarcación a disposición del narco, puede recibir entre 400 y 600 millones de pesos por llevar un cargamento hasta Centroamérica. La tripulación puede recibir entre 10 y 20 millones de pesos, una fortuna para una isla como San Andrés.

El otro flagelo de la isla, es la corrupción. Dominada por varios gamonales políticos avalados por el partido de La U y el Partido Liberal, y sectores económicos para los cuales lo único importante es la mina de oro del turismo y no la realidad social. No es para nada gratuito que los últimos 3 gobernadores de la isla hayan sido destituidos por corrupción.

Decidí preguntar a las autoridades y residentes sobre el uso que se hace al dinero que pagan todos los turistas por entrar a la isla, nadie sabe a dónde va a parar esa plata. Sólo en Semana Santa de 2021, en medio de la pandemia, llegarón a la isla más de 400.000 visitantes. Cada uno de esos turistas pagó 130.000 pesos por la tarjeta de ingreso que exige la OCCRE (la organización que hace el control migratorio del archipiélago). Los recursos de la tarjeta de ingreso se supone que están destinados a la Infraestructura turística, ambiental y social de la isla. Pero como dicen los isleños, “esa plata no se ve, es como si nunca llegara a San Andrés”. ¿A dónde se van esos 75 mil millones anuales de la tarjeta de entrada a SAI? Es un misterio. Basta con visitar su puerto de embarco de pasajeros para encontrar un muelle improvisado, feo y desordenado, que no cumple ningún estándar de seguridad para los viajeros. Una antigua empleada del hospital (quién también pide no revelar su nombre porque no sabe en que momento tenga que regresar) nos cuenta que: “el hospital carece de condiciones básicas. No hay banco de sangre, no hay unidad de diálisis, las máquinas no tienen mantenimiento, y se van arrumando hasta perderse del todo. Nosotros veíamos como tecnología médica en buen estado era abandonada hasta convertirse en chatarra, tanto así, que se ha convertido en todo un desafío sanitario el destino de esos equipos”.

Si el hospital es un desastre, la cárcel de la isla es el mejor ejemplo de la pobredumbre social de nuestro Estado. La Cárcel Nueva Esperanza – como todas las cárceles de Colombia – es una escuela del crimen, un alimento a la rabia y el resentimiento. Los reclusos están divididos de la misma forma en que han dividido sus barrios las pandillas. Se habla de unas 16 pandillas que se pelean entre sí por el control territorial. la disputa por quién será el mejor postor para los intereses de los grupos de narcos que se mueven aquí. El odio, la ambición, las armas y el deseo de venganza, son el alimento de estos jóvenes. Una guerra sin sentido que se vive a diario en las calles de San Andrés. En la misma semana que asesinaron a Hety, otros dos jóvenes fueron asesinados por este mismo conflicto.

Hety nunca perteneció a esa guerra, su arma de combate fueron sus canciones, sus letras de esperanza, sus bailes, sus mensajes de paz, sus formas de ayudar a las otras personas. No hay nadie en San Andrés que no recuerde que Hety fue pionero en apoyar a las comunidades después de que el huracán “IOTA”destruyera  totalmente a Providencia. Gestionó comida, agua, dormida, y medicinas; todo lo que hiciera falta para una población indefensa a la que un Gobierno Nacional y local le dió la espalda cuando Huracán de categoría 5 pasó sobre la diminuta isla aquella noche.

Ese era Hety, “The King of Creole”, un defensor de la vida, un joven que pudo cumplir su sueño de cantar en su lengua y hacer visible la cultura. Lastimosamente, ese sueño fue destruido por el sin sentido de la violencia que se vive en el paradisíaco “mar de los siete colores”.