Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

Es el tiempo de la gente

Por Claudio Ochoa

Da para todo, para bien o para mal, para eslogan de campaña, como el del ex presidente del 8.000: “Es el tiempo de la gente”, que solo llevó a perdedera del ídem, de gestión, de recursos y aumento exponencial de la corrupción.

No paramos de desperdiciar el tiempo, por mano ajena o por la propia.

“El tiempo de la gente”, lo más sagrado para todos, el transcurrir de una vida, que desde los altos niveles de gobierno y de empresa nos hacen perder todos los días, millones y millones de horas sentados haciendo trámites inútiles, o esperas en “despachos” (ojalá despacharan) públicos, colas y colas para muchas cosas, en audiencias o en citas de EPS e IPS, en lugar de dedicar al ocio productivo ese boquete que nos hacen en nuestra existencia, o a producir socialmente.

Algo que denota desprecio por el ciudadano común, y mucha falta de educación que demuestra el causante, pues como lo estableció Manuel Antonio Carreño, el venezolano del “Manual de Urbanidad”: “Seamos severamente puntuales en asistir siempre a toda reunión de que hayamos de formar parte, a la hora que se nos haya señalado y en que hubiéramos convenido. En ningún caso tenemos derecho para hacer que los demás aguardan por nosotros; y siempre será visto como un acto de irrespetuosa descortesía el concurrir tarde a un aplazamiento cualquiera”.

Algo que sigue tan vigente, de personajes tan austeros en el respeto por el tiempo ajeno. Como son los banqueros, que han aprovechado el virus chino, para cerrar ventanillas, disfrutar viendo a la gente en colas más nutridas y en el frente virtual ganando de a $ 5 mil por transacción electrónica. Más ahorro en mano de obra y más ganancia gracias al Internet. Por punta y punta utilidad.

Un país que no valora el tiempo, indiferente ante las congestiones viales, en Bogotá, en Cali, en Barranquilla, en donde sea, a causa de falta de autoridad y del actuar del más vivo, el mismo que se pasa por encima  las colas. El que propicia las congestiones y la pérdida de tiempo para todos, por el parqueo o el descargue prohibido sobre las vías públicas. El contratista que se gasta el anticipo recibido para reparar una calle y destina un obrero, a que en seis meses concluya el trabajo que pudiera haber llevado tan solo treinta días. A estos personajes, ni al alcalde o alcaldesa de turno, les importa un carajo que la gente pierda tiempo y vida entre un carro.

El tiempo que pierden los desempleados pasando y pasando hojas de vida, acudiendo a entrevistas. El medio día o día entero de quien espera en casa para que llegue el técnico que hará la “revisión periódica de gas natural”, y si no llega, peor. El tiempo en trámites inútiles, creados a propósito por malignos gobernantes, para dar empleo a sus electores, encargándose de tales gestiones.  ¿Inútiles tareas? Tal vez útiles para el burócrata, que recibirá su recompensa llamada corrupción, a cambio de ayudar a facilitar las cosas al ciudadano temeroso o muy ocupado.

El tiempo que nada vale para quien vive y pervive gracias a los subsidios estatales, del que se acostumbra a sobrevivir por la caridad ajena, o del ladrón, del bandido, que lo emplea en lucrarse del delito. El tiempo despilfarrado en las controversias entre politiqueros, con frecuencia estimuladas por comunicadores radiales. El tiempo de jueces y de ciudadanos derrochado en los estrados, gracias a leguleyos y malintencionados. El tiempo que roban a la gente de bien los impunes autores de los “bloqueos” y de los especialistas en paros, estos a quienes se aplica que “más trabaja un gorgojo en un riel”. Qué mal ejemplo para el país. Y saber que el destiempo de estos exponentes gana y gana terreno en nuestra sociedad, mientras crece y crece el hambre. Qué esperanzas para la Patria, como dicen…

El tiempo que perdemos por voluntad propia, también millones y millones de horas dedicadas, embebidos, dopados por la maravilla que ha contagiado a todos, el WhatsApp. El tiempo con frecuencia mal usado, con alguna dosis de agresividad, gracias al Twitter. El tiempo que se nos va en conversaciones telefónicas bobaliconas, y el que tiene idiotizado a más de uno, gracias a los juegos electrónicos, al punto que los chinos ya comienzan a restringir, a solo tres horas semanales el acceso de los menores a estos videojuegos. El tiempo perdido en la revisión de correos corrientes, y de correos basura, por si acaso…

Saber usar el tiempo debe ser nuestro propósito nacional. Lo contrario es característica de subdesarrollo. Desgraciadamente en esta condición nos hundimos. Con razón, cuando Estados Unidos era modelo de una sociedad austera, productiva y organizada, entre su gente primaba el modismo “time is money”, y lo respetaban sagradamente.

Allá ellos, quienes usan su tiempo en la maldad o en el ocio profesional. Quienes lo valoramos, hagámoslo respetar, para vivir en abundancia, ser útiles a la sociedad, producir más y quejarnos menos, gozar de nosotros mismos, y de amigos y familiares. El tiempo perdido es irrecuperable.