Hoy me preguntó el contador de la oficina, quiere decir que es una persona que me ve a diario, “¿ya la vacunaron?” Me quedé mirándolo y pensando, ¿Qué me quiere decir? Le respondí “aún no llego a esa edad de los vacunados”.
Si bien no llego a esa edad de la primera tanda, mayores de 80 años, ni de la segunda tanda de 65 a 79 años, que está en curso en este momento, ya estoy en fila esperando mi turno, pero por primera vez hubiera querido estar en mis ochenta y estar ya vacunada, sin importar cuál de las vacunas me suministraran Pfizer, AztraZeneca, Janssen (Johnson & Johnson), Moderna y Sinovac.
Si pudiera escoger sin duda hubiera pedido Janssen, no porque sea del laboratorio Johnson and Johnson, sino porque es una sola dosis, y me evitaría la segunda aplicación que según comentarios produce un sin número de maluqueras colaterales, pero como esa escogencia la hace el Estado y no el vacunado, ni para que lo pienso.
La realidad es que la que venga será bienvenida, hasta la de AstraZeneca que ha sido objeto de una mala propaganda, pues a finales de marzo, de los 20 millones de personas vacunadas con AstraZeneca en el Reino Unido, 79 pacientes sufrieron coágulos y 19 de ellos murieron, según la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios. Y sería bienvenida, porque prefiero evitar lo que le pasó a un personaje en Países Bajos, que por miedo a posibles trombos, rechazó la vacuna de AstraZeneca y terminó ingresado en la UCI por coronavirus, con sus pulmones devastados y al borde de la muerte; por un 0.00000395 de posibilidades de trombos, y un 0.00000095 de posibilidades de morir, no tiene sentido arriesgar la vida por un porcentaje tan ínfimo de trombos y de muertes por coágulos producidos por la vacuna.
Sí a la vacuna sea la que sea, no logro entender la posición de algunos hasta muy cercanos que todavía están pensando en no vacunarse, prefieren, según sus palabras, esperar a ver qué pasa con los efectos secundarios. Viven pendientes de nuevas investigaciones, de nuevas estadísticas y hablan hasta de nuevos ensayos científicos; se han vuelto más investigadores que los mismos científicos.
Ponen sobre la mesa, por ejemplo, un spray nasal que según cuentan es una investigación hecha en Israel, que aparentemente acaba con el 99% de las partículas del dichoso virus aplicándose un líquido en la nariz, que es eficiente con todas las cepas, pero que además es súper económico.
Están esperando que aparezca otro tipo de medicamentos, los que se administran vía oral, esas que son tabletas, o cápsulas que milagrosamente acabaran con el virus, o quizá un gel que se aplique en las fosas nasales para evitar la entrada del virus.
Pero también existen los que definitivamente ni siquiera contemplan la opción de permitir que los invada ningún elemento externo; los que por su religión creen que el poder de Jehová los va a salvar, los que temen introducir la enfermedad en su cuerpo sano, los que todavía creen que la enfermedad no existe, que es un complot para introducir un chip que a futuro los va a manipular y a automatizar para dominar el mundo.
Nunca había vivido una pandemia, nunca había pasado por una situación similar, nunca, ni leyendo sobre pandemias anteriores, pude imaginar cuán terrible podía ser lo que estamos viviendo. Inicialmente lo veíamos lejano, se moría la gente en España, en Italia; luego llegó a América, pero seguíamos viéndolo lejos, muy rápidamente el círculo se fue cerrando y llegó a nuestro entorno familiar, mis tíos y mi hermano, por ejemplo. Ya entró, como se dice, al rancho.
Mi hermano que por su trabajo tenía que salir, y lo hacía con todas las medidas de bioseguridad, hasta guantes usaba, se contagió, como dice él en la calle; por fortuna no pasó del aislamiento en clínica, no requirió cuidados intensivos y hoy cuenta que lo más tenaz del virus es sentirse como leproso, repudiado por todos, para evitar el contagio.
Un hermano de mi madre a sus 89 años durante ocho meses casi ni salió del cuarto, se contagió en su primera salida y tercamente peleo porque no quería ir a la clínica, argumentando en su delirio que lo matarían, cuando a la fuerza lo quisieron internar, ninguna clínica lo quería recibir por su edad, preferían darle el espacio a alguien con mejor expectativa de vida.
Un hermano de mi padre, el más simpático de mis tíos, no se contagió el primer día sin IVA cuando acudió a una de las grandes superficies en las que se amontonó mucha gente. Nos enteramos de su hazaña porque salió en primer plano en la televisión local. Murió dos meses después, se contagió en el supermercado, que era al único lugar al que salía y por necesidad de proveer a su familia de los alimentos.
Aun cuando se afirma que la vacuna protege por un tiempo no mayor a un año, soy una feliz candidata a hacer la cola para esperar esa inmunidad temporal y le hago en lo posible campaña, como algunos de sectas religiosas que buscan seguidores en todas partes, hago mi mejor esfuerzo para convencer a todos de lo importante que es vacunarse.
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