López de Micay, uno de los tantos municipios del departamento del Cauca, es uno de los territorios más biodiversos de Colombia, su potencial agrario y medioambiental es inmenso pero ni siquiera esto lo ha salvado del abandono estatal, de la violencia y de la «fumiga». Hoy, la mata de coca se presenta en el territorio como el único mecanismo viable y rentable para que sus pobladores no se mueran de hambre.
Evaristo y el campo
Evaristo Viveros habita en el corregimiento de Noanamito, parte baja del municipio de López de Micay, en el departamento del Cauca. Es agricultor por herencia; afirma que esta es la profesión que desempeñan en la zona y de la cual sus ancestros también han vivido, además, destaca que son estos quienes le han dejado como legado el cuidado del medio ambiente, del territorio y de las fuentes hídricas.
Recuerda con añoro su niñez, etapa en la que junto a sus abuelos y padres cultivaban la tierra y cosechaban el chontaduro, la papa china, la caña y también la miel. Rememora, además, cuando sacaban “en embarcaciones de 15 y 18 toneladas el producido hacia Buenaventura.” Para Evaristo el exportar hacia el puerto más importante del pacífico colombiano gran cantidad de productos, es un proceso que ha quedado en el pasado.
“Hubo un cambio drástico en las políticas del gobierno frente a los territorios, sumado a la discriminación de los pueblos que vivimos en él; nos han limitado y nos han dejado sin estrategias para poder sobrevivir”.
Lo que comenta Evaristo, aunque triste, no es nuevo, son cientos los municipios, corregimientos y veredas que apenas y tienen una vía principal pavimentada, otros, como Noanamito no tienen ninguna. “No tenemos condiciones”, y es que sacar el producido de esta comunidad hacia Buenaventura u otras partes del país, se convirtió en una tarea extremadamente cara, además de titánica, pues todo es a base de gasolina y gracias a los TLC firmados por Colombia con otros países, hoy el costo de venta de lo que se produce en este territorio no cubre en lo más mínimo lo que cuesta la cadena de suministro.

Imagen tomada de googlemaps
Para Evaristo lo que queda es hacer resistencia pacífica a las políticas que los afectan y actuar como líderes sociales en un territorio que el gobierno, este y otros, han tenido olvidado. Esos mismos a los que llega primero la violencia y la coca que la ayuda estatal y en los que los habitantes la tienen que resolver a como dé lugar para no morir de hambre.
La labor del campesino en Colombia es, y por mucho, de las más difíciles que se ejercen. Las presiones, la violencia, el miedo y la incertidumbre son apenas un pequeño panorama de los retos a los que se enfrentan estas personas, las mismas que se encargan no solo de alimentar al país, sino también de cuidar al medio ambiente, las fuente hídricas, los animales y, en varias oportunidades, arriesgar su vida tratando de suplir y ejercer el papel que el gobierno no ha sido capaz de desempeñar.
Desplazado, amenazado y escondido por varios meses, así ha sido un poco de la vida de Viveros, quien comenta con profunda tranquilidad “mi vida ha sido un proceso muy grande”. Volvió a su comunidad luego de tenerse que perder por 4 meses, regresó, afirma, por el amor a su gente, a su pueblo y a su tierra.
Llegar a Noanamito
Para llegar a López de Micay hay que cruzar al mar. Se debe arribar, primero, a Buenaventura, en el Valle del Cauca, para abordar una lacha de doble motor y poder así navegar parte del océano Pacífico. Entre el océano y el río Micay hay poco más de tres horas cuando el mar no está agitado, luego, desde la entrada al afluente hasta Noanamito hay otras tres horas de camino, si no se para en los pueblos que hay a lo largo del camino y con buenas condiciones de navegabilidad. Si el río está con caudal bajo, el arribo al corregimiento puede demorar entre seis y siete horas.

La única forma de llegar a esta zona del departamento del Cauca es por transporte marítimo pues no hay carreteras de acceso. Esto empeora la situación social dado que, según una fuente consultada, el valor del transporte oscila entre $100.000 y $150.000 (US$ 27 y US$ 40) dependiendo de la zona. Si el traslado es de emergencia y requiere transporte expreso, el trayecto desde el corregimiento hasta Buenaventura ronda entre los $4’000.000 y $5’000.000 (US$ 1082 y US$ 1353).

Noanamito se enfrenta a la aspersión aérea
Noanamito, la comunidad en la que habita Evaristo se enfrenta hoy a un problema que representa la vida o la muerte de sus habitantes: la reanudación de la aspersión aérea con glifosato. Esa misma sustancia que años atrás el ministro de salud del gobierno Duque y otros funcionarios más, afirmaron era un veneno para la vida no solamente de los seres humanos, sino también de animales, plantas, cultivos y medio ambiente en general.
Para el corregimiento la “fumiga” es una amenaza para la tierra y la salud humana, sobre todo, teniendo en cuenta lo que comenta Viveros, quien recuerda que durante la época en la que se hizo la aspersión aérea, fueron varios los cultivos sanos que se contaminaron mientras las plantas de coca apenas y se afectaron. Además, destaca los casos de malformaciones en fetos y embarazos perdidos por la contaminación provocada por el glifosato.
Poco se confía, entonces, en la buenas declaraciones del gobierno y en los supuestos respetos que van a tener a la hora de fumigar “desde el 2008 hasta el 2016, el gobierno fumigó no solamente la coca, sino también los cañales, la papa china, los maizales, los cementerios, los ríos; incluso las azoteas de las casas donde había plantas medicinales y comestibles, también los tanques en los que se almacenaba el agua.” Evaristo para por un momento, y continúa, “el que el gobierno nos diga que no nos va a afectar la salud de nosotros y al medio ambiente es una vil mentira”.
Desde los años 90, Noanamito no conoce tranquilidad, afirma Evaristo, pues fue en esa época en la que el gobierno dejó en manos extranjeras el comercio y “desvalorizó el producto de los colombianos que hemos aportado para el desarrollo del país”. Por tal, le piden al gobierno Duque una sola cosa, acogerse a los acuerdos de paz, pues estos “darían participación y opción de tomar decisiones y contribuir en la planificación del modelo de desarrollo para la salud y el crecimiento que se quiere en la comunidad”.
El reto por enfrentar es gigante, no solamente porque el glifosato asecha y está prácticamente encima del territorio, sino también por las respuestas que se dan por parte de este y otros gobiernos a las necesidades de la comunidad. Respuestas que en nada o muy poco ayudan al territorio pues se centran en el envío de fuerza pública, la que al final arremete contra los pobladores incrementando la violencia; en los señalamientos contra los campesinos, culpándolos de delitos que no han cometido y en la vinculación de la población con cárteles del narcotráfico o grupos armados revolucionarios. “Lo que nosotros encontramos en el gobierno siempre es discriminación y señalamientos”.
Para los habitantes de esta comunidad, y de otras tantas, el no dejarse morir de hambre y sacar a sus familias adelante, es más fuerte que cualquier otra cosa y más si por parte del gobierno central no hay mecanismos que suplan las tantas necesidades que tienen. Para ellos, la coca no es el problema pues destacan el gran potencial que tiene para la industria farmacéutica y alimenticia, sino el mal uso que le dan personas malintencionadas y las pocas garantías que tienen para sustituir sus cultivos y que si lo llegan a hacer puedan venderlos, sacarlos a otros mercados y que sean pagados con precios justos.
“Si al gobierno le queda muy duro legalizar los productos que realizamos a base de coca entonces que llegue al territorio con inversiones que le garanticen a las personas estar en mejores condiciones”.
Ser cocalero, una esperanza para no morir de hambre
Ser cocalero, narra Evaristo, es igual a ser cañicultor, caficultor o papero en cualquier región del país. “Las personas tienen su cultivo y deben irlo a visitar, a trabajar en él y brindarle las condiciones para que no se le muera porque la gente sabe que de ahí tiene la alimentación, de ahí depende todo. Si el cultivo se muere no es solo que se pierda la inversión, se pierde la esperanza de que puede salir adelante con su familia”.
Dentro de la comunidad se concuerda con que el hecho de tener cultivos de coca es algo ilegal frente a los ojos de la ley y, claro, del gobierno, no obstante no se descarta una sustitución gradual con garantías.
Las propuestas de negociación por parte de la comunidad cocalera de López de Micay, según cuenta Evaristo, están sobre la mesa, lo único que piden, insiste, son garantías para no morirse de hambre y respeto por la autoridad de los pueblos.
Dentro del panorama se ha contemplado la legalización de las drogas como mecanismo para solucionar parte de los problemas de la comunidad. “Nosotros hemos tenido dos análisis, la gente siembra más o, segundo, los precios de la coca van a bajar y la gente va a sembrar otra cosa”, reitera Viveros mientras vuelve a hacer hincapié en el acompañamiento que se requiere por parte del gobierno nacional y la inversión requerida para el territorio.
A la crisis social y de inversión se debe agregar un elemento más, la imposibilidad de esta comunidad para acceder a un servicio tan siquiera básico de sanidad. En la zona no hay hospitales y varios han muerto por no tener el valor del pasaje para un viaje expreso hasta Buenaventura. En la coca, muchos, han encontrado el ingreso para poder pagar el viaje expreso y sacar a sus familiares hacia un hospital.
Para los habitantes de Noanamito la estrategia es simple, los quieren fumigar a como dé lugar. Varios son los factores: la violencia de los grupos armados al margen de la ley y el ejército con su arremetida; la falta de inversión social, la falta de hospitales, agua potable, electricidad, carreteras y de una estrategia de desarrollo; la erradicación de la coca sin propuestas ni garantías de sustitución y comercialización a precios justos de sus cosechas; la aspersión y envenenamiento del agua, del suelo, de sus vidas.

Archivo particular de Evaristo Viveros
La molestia del gobierno y de actores aún anónimos, es la tenencia del territorio por parte de estas personas, posesión que está amparada por la ley y que hoy es obstáculo para los intereses de terratenientes, acumuladores de tierras y de algunos gobiernos fuera de Colombia que tienen títulos de explotación minera y de hidrocarburos. Comenta Evaristo, incluso, que durante el primer periodo presidencial de Juan Manuel Santos “un país le solicitó la entrada al territorio pero no quería estorbos dentro de este”. “Nosotros, agrega, somos los estorbos. No nos matan directamente pero si nos obligan a salir”.
En Noanamito hay potencial
“Este lugar ha sido siempre potencial en el cultivo de coco, de papa china, de madera, naidi y todo lo relacionado con la agricultura”.
Abunda el cultivo de coco y papa china, además de las peticiones de la comunidad para que el gobierno nacional les de oportunidades y herramientas para la transformación de la materia prima. Esto para, cuenta Evaristo, tratar de tener lo suficiente y evitar tener que importar productos de otras partes de la región.

Archivo particular de Evaristo Viveros
Pese al potencial agrario y medioambiental, la coca ha sido la única solución para evitar que la crisis social se agudice más, “la coca ha sido la salida para poder sacar nuestros hijos a la universidad, poder llevarlos a un hospital y que los puedan atender”.
Solamente pedimos una cosa…
“Pedimos que nos entiendan, no estamos en contra del desarrollo del país ni del mundo, solamente estamos apostando y apoyando a la construcción sana y de una buena convivencia para el desarrollo de todos.”
López de Micay es uno de los lugares donde más llueve, su potencial medioambiental y ecológico es gigante no solamente para Colombia sino para el mundo. Bien lo dice Evaristo al catalogar como otro “pulmón” del planeta a esta zona de la costa pacífica colombiana.
La lucha, entonces, no es solo por sobrevivir, sino también por cuidar eso que generación tras generación se ha ido heredando y a veces estorba tanto, la naturaleza y el cuidado de esta. En Noanamito y en general en López de Micay, la comunidad no solamente se opone a la aspersión porque es su propia vida la que peligra sino también porque la vida de su territorio, de su tierra y de su naturaleza está al borde de ser fumigada junto con ellos.
Para cerrar, Evaristo hace un llamado al presidente actual de los Estados Unidos, “él, (Joe Biden), no puede seguir creyéndole al presidente de Colombia, él conoce la situación de nosotros, que nos escuche y nos apoye. No dándole más recursos al presidente para que nos fumigue sino que siente un precedente en el cual nos apoye y le diga al gobierno nacional que cumpla con los acuerdos pactados con la FARC”.
También menciona la necesidad de que los gobiernos que hoy auspician la fumigación entiendan que esta no es la solución, “no es matando a las personas, ni a las fuentes hídricas, tampoco es con el ejército matando campesinos”. La solución es, afirma Evaristo, “mirar las condiciones en las que se encuentra el país y preguntándole al gobierno colombiano qué ha hecho en los territorios con la plata que se ha dado, el trabajo es con el pueblo, no tomando represalias”.
Por último pide a los gobiernos del mundo cuidar el medio ambiente de nuestro país, solicita ayuda y hace, de forma enérgica, un llamado de atención para que no acaben con la vida de la comunidad por “una mala decisión de un gobierno que desconoce las costumbres y la cultura de un pueblo que ha luchado por salir adelante, quiere paz y desea vivir como vive el resto”.
Más historias
Con prensa mentirosa, falsos positivos judiciales y políticos corruptos, la derecha golpea Latinoamérica
Anti-récords colombianos
La supremacía de la doble moral