A estos actos con un alto contenido simbólico e histórico, se suma la proliferación de grafitis que se tomaron los muros y paredes de muchas de nuestras ciudades; esa forma de expresión libre y creativa que sirvió para denunciar los desmadres de un régimen claramente mafioso y corrupto.
Ya se avizora hacía dónde se reconduce el Estado Policivo y Represor que en este gobierno de ultraderecha se ha venido fortaleciendo, y que, a nivel local, se ve reproducido en alcaldías como la de Santiago de Cali, en donde el señor alcalde Jorge Iván Ospina responde a la protesta convocando a hacer parte de su gabinete, como Secretario de Seguridad y Justicia, a un militar hasta no hace mucho activo, hoy en la reserva, el Coronel Carlos Javier Soler Parra, es decir, una persona imbuida mentalmente por la doctrina del enemigo interno y de la siniestra seguridad democrática, mismo que, se pavoneó con un arma de fuego ajustada a su cintura, como funcionario público (civil), en el desbloqueo de Puerto Resistencia, y que, posteriormente le prestó el acompañamiento policial a los mal llamados “ciudadanos de bien” que, a la cabeza de los congresistas uribistas María Fernanda Cabal y Cristhian Garces, y del corrupto y jefe de falsos testigos Gustavo Adolfo Muñoz, fueron a borrar los murales que en diferentes lugares de la ciudad denunciaban el genocidio en marcha, las masacres por goteo, las violaciones y la muerte que a lo largo y ancho del país se vienen intensificando a manos de fuerzas oscuras, auspiciadas en gran medida por el Establecimiento.

Como buenos fascistas, a los cuales la vida de “el otro” les vale poco, para los convocados a la jornada de invisibilización o pintatón, como la llamaron, los mensajes consignados en las paredes y muros de la ciudad no reflejaban nada ante lo cual se debieran condoler, al fin al cabo esas muertes y esas violaciones no eran de gente de su casta, de su estrato social, de sus círculos, sino de marginados a los cuales siempre se les ha querido invisibilizar, y una forma de invisibilizarlos es precisamente borrando el grafiti, eliminando la denuncia, acabando la memoria, pero eso sí, cuidándose de que la “buena” memoria del colonialista, del conquistador, del avasallador, del violador y genocida, se conserve intacta, esa sí tiene una historia, una cultura y una tradición que hay que respetar.
Así de perversa es la forma de pensar de estos fascistas, que consideran terroristas a los que derriban estatuas de conquistadores, aunque estas ofendan a una persona mínimamente informada y educada; así pues, esas convocatorias de invisibilización también reflejan la precaria formación, y nula sensibilización y conciencia de una clase desde la cual se atreven, paradójicamente, a la lanzar la consigna: “estudien vagos”.
Lo más pacífico de las protestas desplegadas en todo el territorio nacional a partir del 28 de abril de 2021 (pero no por ello menos impactante y contundente), lo ha sido la apertura, con el derribamiento por parte de miembros de la comunidad Misak, de la estatua erigida en Cali en memoria de Sebastián de Belálcazar (precedida meses antes por la de Popayán, del mismo celebre genocida), seguida con otras tantas en Bogotá, Ibagué y otras ciudades.

A estos actos con un alto contenido simbólico e histórico, se suma la proliferación de grafitis que se tomaron los muros y paredes de muchas de nuestras ciudades; esa forma de expresión libre y creativa que sirvió para denunciar los desmadres de un régimen claramente mafioso y corrupto, que ha sobrepuesto los intereses de los más ricos a los de la mayoría de la población, es decir, en contra de los más pobres y necesitados, aprovechando para ello la crisis generada por una pandemia, que por cierto, muy bien que le ha sentado para tal propósito.
Después de la jornada de invisibilización del pasado 5 de julio, que ocultó con gris plomo la expresión del grafitero, del talento y el ingenio artístico del pueblo (cosa que escasea entre los fascistas oligarcas), después de esa jornada acompañada de policías (tal como lo estuvo la acción del paramilitarismo urbano en el barrio Ciudad Jardín el pasado 28 de mayo), nada bueno se puede augurar al momento en que ese pueblo pacífico de artistas se abalance nuevamente sobre los muros de la ciudad, sobre el lienzo en el cual han de registrar nuevamente su indignación, ya que, seguramente, la “Policía de los ricos” como alguien los calificara, va a pretender reprimirles, privarles de su libertad y judicializarles, aupadas y respaldados por una administración municipal y una dirigencia política de extrema derecha, que solo conoce el uso de la violencia como medio de acallar la protesta por más justa y pacífica que esta sea.
Así como ocurrió con los puntos de concentración, seguramente esa primera línea de artistas se verá acompañada de abogados, defensores de derechos humanos, personal médico, medios alternativos e independientes de información, y, en fin, de toda una comunidad igualmente indignada, dispuestos a impedir que continúe el escalonamiento de la violencia por parte de un Estado Policivo y Opresor, esta vez en contra del milenario arte del grafiti, que como tal, es libre, creativo y subversivo.
Más historias
Con prensa mentirosa, falsos positivos judiciales y políticos corruptos, la derecha golpea Latinoamérica
Anti-récords colombianos
La supremacía de la doble moral