Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

La pandemia del coronavirus choca con las epidemias de soledad y adicción

Fuente: El Nuevo Herald – Por: Viviana E. Horigian y Renae D. Schmidt | febrero, 2021

El COVID-19 ha expuesto nuestras vulnerabilidades individuales y sociales tanto local como nacionalmente. La pandemia del coronavirus ha chocado con las epidemias de soledad y adicción y el contexto histórico de injusticia social, exacerbando la crisis en la salud mental y resaltando las características sociales de nuestras desigualdades en salud.

Los adultos jóvenes son de gran preocupación, y si bien no han sido el centro de atención durante la pandemia, ellos son los que cargarán con el peso de las consecuencias del COVID-19 hacia el futuro. Algunos estudios actuales han enfatizado las consecuencias mentales del COVID-19 en la generación de los jóvenes. Por ejemplo, en un estudio que hemos realizado recientemente, en la población de adultos jóvenes de 18 a 35 años de edad en Estados Unidos, hemos hallado niveles alarmantes de soledad y una disminución marcada en la conexión social.

Hemos encontrado que estos fenómenos están vinculados con incrementos de la ansiedad, depresión, y el aumento del uso de sustancias, como las drogas y el alcohol. Aunque preocupante, la asociación de estas problemáticas en los adultos jóvenes no debiera causarnos sorpresa. Nuestra sociedad ha estado sufriendo una epidemia de soledad, que afecta mayormente a la generación de los Millenials y la Generación Z, y la investigación ha llamado la atención a las consecuencias físicas y mentales que la soledad acarrea.

El contexto social y otros determinantes de salud, como la educación, el ingreso económico, el empleo y el acceso al cuidado de la salud, revelan otro nivel de susceptibilidad a los efectos del COVID-19 en nuestra muestra de jóvenes.

Ya no solo se trata de una asociación de problemáticas, sino de una sindemia, es decir, la asociación sinérgica de estas, potenciadas por los determinantes sociales de la salud. Los niveles de sintomatología mental son más altos en los que reportan cierto grado de vulnerabilidad social. El estigma, la discriminación, la pérdida financiera, y la preocupación acerca de los suministros básicos fueron relacionados con mayores niveles de depresión, ansiedad, soledad y uso de sustancias.

Imagen tomada de Canva.com

Pareciera que, durante los últimos años, la promoción de una cultura de desconexión bajo la fachada de la conexión superficial permanente, ha facilitado vulnerabilidades en nuestros adultos jóvenes, cuando debieran estar luchando por establecer sus carreras, creando redes y encontrando sentido a sus vidas. Las poblaciones crónicamente desatendidas y socialmente desconectadas han sido víctimas de sintomatología mental, del abuso de sustancias, y de la falta de recursos para promover la resistencia.

El COVID-19 ha permitido la convergencia y la sinergia de estos problemas. La sinergia de los determinantes sociales de la salud, con los resultados físicos, mentales, y económicos del COVID-19, es decir, la repercusión de la sindemia ha sido evidente en el condado Miami-Dade. Por ende, es de suma importancia que podamos movilizar no solo respuestas a las problemáticas vigentes, sino también intervenciones para el diagnóstico temprano y el abordaje de los adultos jóvenes, una población vulnerable que cargará con las consecuencias de nuestro padecer actual.

La sindemia nos ha enseñado la importancia de la preparación y la prevención. Los hallazgos de las consecuencias adversas resultantes de la convergencia de estas pandemias nos dan la oportunidad de generar ideas que pueden guiar nuestros planes de acción en el futuro.

La pregunta ahora es, ¿si la soledad y la desconexión son síntomas de cómo hemos construido nuestra sociedad, cómo podemos reestructurar desde aquí? Un abordaje estratégico en los programas de prevención con un foco en los determinantes sociales de salud puede ganar momento y ayudar en los esfuerzos para resolver disparidades en áreas desatendidas como Homestead, La Pequeña Habana, El Pequeño Haití, Opa-locka, Hialeah, y Overtown.

Para cultivar la resistencia en estas comunidades, debemos comenzar de inmediato invirtiendo social y financieramente, desarrollando abordajes locales, expandiendo senderos para las intervenciones, y construyendo capacidades dentro de aquellos socialmente vulnerables a través de impacto colectivo y multi sectorial.

La adopción de una participación inclusiva, y la comunicación dentro y a través de nuestras comunidades también puede ayudar a cerrar brechas raciales, étnicas, y sociales y a fortalecer generaciones jóvenes contribuyendo a que se puedan sentir unidos.

La oportunidad de evaluar las necesidades de nuestros jóvenes es más que una reacción al COVID-19, sino una oportunidad de revisitar las constituciones de nuestras ciudades y comunidades y llevarnos de un modelo individual a uno de mayor fortaleza social.