La crisis generada a nivel global por la Pandemia del Coronavirus COVID-19, precipitó una serie de situaciones de orden económico y social que solo unos pocos países han venido sorteando de manera eficiente.
Lo que está pasando en Colombia no resulta ser ajeno a lo que sucede en todos aquellos países que viven marginados y dependientes de los centros de poder político y económico a nivel mundial, en los que se puso en evidencia entre otras cosas: 1. los problemas estructurales de los sistemas de salud mercantilistas que en ellos operan, y en el que las condiciones laborales y de bioseguridad del personal de salud resultaron ser realmente precarias, la posibilidad de hacer seguimiento y afrontar una epidemia (altamente previsibles en estos tiempos) era nula, y consecuentemente con ello, las instalaciones y elementos para atenderla eran casi inexistentes y dependientes de proveedores extranjeros (que sí que supieron sacar provecho a la crisis); 2. Que la mayoría de la masa poblacional apta para trabajar lo hace en la completa informalidad, sin un sistema de seguridad social que les ampare, y que los que están vinculados laboralmente a una empresa, lo están en condiciones bastante degradantes, que su estabilidad es frágil y las posibilidades de obtener un subsidio de desempleo imposibles; 3. Que los dineros de los cotizantes a pensiones solo generaban rentabilidad para sostener y generar riquezas a las administradoras de pensiones, de tal suerte que, llegado el momento de requerir de ellas, solo se retornaría a sus ahorradores un capital desvalorizado, y no solo ello, sino que llegado el caso la administración de esos recursos fácilmente se podía devolver al Estado para que trabaje con el hueso pelado, porque la carne, y hasta el tuétano, ya habría sido extraído por los contados conglomerados financieros que los tenían a su cargo; 4. y por su parte, entre muchas otras cosas, que la educación, en pleno siglo XXI, ingresados ya en el tercer milenio, no cuenta con las condiciones de tecnología virtual, suficiente y de buena calidad, que permitiera acudir a ella como herramienta supletoria para impartir clases a distancia, mucho menos, cuando el personal encargado de hacerlo, a duras penas puede sostener de manera fluida una teleconferencia con otros de sus pares.
Un problema de salud pública reveló todas las deficiencias y perversidades de un sistema socio-económico que ha sido concebido y orientado en beneficio de unos pocos (y detrimento de la mayoría), gracias a un establecimiento (Estado, medios de comunicación, banca y gran empresa) corrupto que actúa de manera abiertamente contraria a las disposiciones de orden Constitucional y supra constitucional que les rige, y que buscarían principalmente velar por la dignidad humana, el bienestar social y la defensa de los derechos humanos en todas sus vertientes.
En tal sentido, el Estado de Emergencia Económica Social y Ecológica decretado en territorio colombiano por el cuestionado Presidente Iván Duque Márquez sirvió, no solo para conservar, sino más bien para fortalecer y acrecentar el poder oligopólico, en tiempos de crisis, de los grandes industriales, los grandes empresarios del agro (y sus intermediarios) y del comercio (grandes superficies), y, por sobre todo, a una Banca privada que siempre ha sabido traficar con la miseria humana, beneficiándose de interés de crédito altos, y de la circulación, no sólo del capital que el Banco de la República le transfiere y le pone a su disposición para su administración (con las ganancias que ello implica), so-pretexto de garantizar el capital que se requiere en la actividad económica nacional, sino de los jugosos dineros provenientes de la creciente actividad de lavado de activos, provenientes a su vez de dineros del narcotráfico u otras actividades delictuales (sobre lo cual no hay un control efectivo), invertidos en la adquisición de tierras y la construcción inmobiliaria, en la que, como se vienen conociendo de mucho tiempo atrás, y no solo con el escándalo de la Vicepresidenta Martha Lucía Ramírez, hay una buena participación de la clase dirigente y política de este país.
Es fácil extenderse hablando de los pormenores de este establecimiento realmente corrupto, que algunos se atreven en calificar inclusive como de Narco-para-estado, cooptado por mafias que se han empotrado en el Congreso (por ejemplo, lo denunciado por Aida Merlano), el Ejecutivo (por ejemplo, la Ñeñe-política) y el Judicial (a manera de ejemplo, el cartel de la toga), e igualmente en entidades como los órganos encargados de controlarlos (El fiscal Néstor Humberto Martínez y el caso Odebrech), o las embajadas (embajador en Uruguay, Fernando Sanclemente), es decir, podríamos tener una radiografía pormenorizada del establecimiento que nos permita ratificar el diagnóstico que a simple vista ya otros han dado, es decir, que efectivamente es altamente corrupto y que por consiguiente, como tal, nada gratificante se podía esperar de él, mucho menos en épocas de crisis como las que vivimos.
Lo anterior no obsta para decir que dicha situación, gracias a la tremenda visibilización que se le ha dado en redes sociales por parte de algunos periodistas e informadores independientes y libres, permite augurar unos cambios importantes de orden político en el futuro cercano, ya que, si bien hay una ignorancia generalizada en el pueblo colombiano (prueba de ello lo sucedido en el día sin IVA), también lo es que una gran indignación cunde por todas partes, en todos los sectores y estratos de la sociedad, e inclusive en todas las vertientes políticas e ideológicas, algunas de las cuales antes se encontraban en pugna, y que puede llegar a tener una inusitada fuerza implosiva al momento de tenerse que tomar decisiones en las que la población en general sea la que deba ejercer su poder. Subyace en los pueblos, por más ignorantes que sean, una especie de subjetividad colectiva, que como tal trasciende el campo de lo meramente individual, y que lleva a que el conjunto de la comunidad adopte decisiones de preservación que la aparten del abismo al que está siendo empujada, para buscar nuevas formas de reconfigurarse, estando en el centro de ello un sentimiento profundo de solidaridad y de amor por la vida, que, como reconocen muchos antropólogos, es lo que permitió que la vida en sociedad surgiera, y después de tanto tiempo, aún se mantenga.
Dicter Zuñiga
Abogado
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