Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

Los “sapos” sociales

¡Quién lo creyera! Si en alguna situación humana han existido siempre a lo largo de la historia “sapos” o soplones o informantes es precisamente en las relaciones de pareja. ¿Quiénes son? Aquellos o aquellas que ‘informan’ sobre el lugar donde anda ‘metido’ su marido o alertan sobre las compañías con las que anda la esposa. Claro, con la caritativa aclaración: “Vea, es por su bien. Usted es una persona muy buena y no merece lo que le están haciendo”. De esta manera el sapo o informante abre el camino para ser escuchado: cuanto de verdad, cuanto de imaginación, cuanto de maldad, cuanto de venganza, hasta fabricar un coctel de emociones y sentimientos que se transmiten con la peregrina idea de ‘hacer el favor’. ¿Será que sí?

Los soplones de las relaciones de pareja nacen porque se alimentan del concepto de infidelidad. El concepto de infidelidad nace del concepto de amor ‘exclusivo’. El concepto de «amor exclusivo» surge del concepto de «media naranja», complemento, plenitud. Pero si se modifica el concepto «amor exclusivo», se modifica la cadena de los demás significados.

No existe el amor exclusivo y por lo tanto debe modificarse el concepto de infidelidad-fidelidad. Porque no existe un ser humano único que nos llene totalmente. Esto no da licencia para la infidelidad pero sí remite el problema a la intimidad de dos seres, de su manera particular de amar o esperar algo del otro o de la otra. Las relaciones de pareja no pueden convertirse en un problema «social» en el cual la comunidad se involucre con soplones, observadores y hasta ‘»analistas» de pareja. Además, muchos de los sapos –o sapas– y soplones construyen sus juicios con base en su escala de valores. “Lo vi con una mujer”, “parquea el carro todos los días en la casa de la esquina”, “los encontramos en un restaurante”, pueden ser ejemplos de lo que dicen los informantes. Sin embargo, ninguna de las frases anteriores tipifica una infidelidad.

Lo que hace un soplón o un sapo es «sembrar la duda» y de allí en adelante la imaginación, la rabia, la sospecha y el dolor terminan de hacer el resto del trabajo. El soplón habla a partir de lo que él ve, intuye o concluye, y por lo tanto su «interpretación» del hecho es bien particular. ¿Qué son para él o para ella, en calidad de informante, ‘malos pasos’ o actitudes que puedan calificarse como infieles de manera que pueda atreverse a sembrar la duda? ¿Qué es para el sapo o la sapa «portarse bien», ser buen marido o buena esposa?

Pero hay llamadas que sí son ciertas, podría pensarse. O existen anónimos que sí dicen la verdad. Sin embargo, es muy desconcertante que se crea más a una llamada anónima, de la que no se conoce su intencionalidad ni su procedencia, que a la persona con la cual se convive o con la que se comparte la vida. Si es más contundente una llamada de un sapo frente a lo que he construido con mi compañero o compañera, lo que sucede en realidad es que no tengo una buena relación de pareja. Y esta dificultad de pareja es anterior a la verdad o falsedad de la llamada. Y es esta desconfianza la que primero debe revisarse antes de reclamar o censurar o perseguir o enjuiciar.

El soplón se alimenta, entonces, de sus propios conceptos de infidelidad, de su propia experiencia de amargura o infelicidad. ¡Cuántas mujeres no expresan “le cuento para que no viva lo que a mí me tocó vivir”, como si cada caso no fuera único! El soplón se alimenta del chisme, juega a ser salvador y cree que está haciendo un bien. Sin embargo, sembrar la duda puede ser lo más nefasto para una relación de pareja. Cada quien, cuando comparte su vida o su amor con alguno, debe ser lo suficientemente capaz y alerta para detectar el peligro. Pero no es ni celando, ni amarrando, ni controlando como se evitan las llamadas infidelidades. La relación de pareja necesita, con carácter urgente e indispensable, la confianza. Y si esta no se da, no hay nada que hacer: el sembrado está arado para que pululen y cosechen los soplones.