Nos destinaron a sanar nuestras heridas y las de los demás, nos dijeron que debíamos andar rotas por el mundo, con pedazos fragmentados por una sociedad violenta, por las guerras, por el hambre, por el patriarcado y su hermano el capitalismo; ambos genocidas, feminicidas y causantes de miles de desgracias.
Nos metieron el cuento, que nuestro único lugar en la tierra es cuidar, atender, hacer compras y parir. Pero hay miles de mujeres que con o sin parir y atender al patriarcado, sanan su ser y el de otras muchas. Porque le debemos mucho a las que ya no están y se alzaron la falda o el pantalón para decir ¡aquí estamos, aquí nos quedamos y somos muchas!
Pero seguimos sanando las heridas fragmentadas, por cada vez que una compañera, amiga, hermana, hija o madre, abandona la faz de la tierra por un macho, misógino y cobarde, por cada una de nuestras niñas y mujeres que son botín de guerra o por cada una de nosotras que fuimos violentadas por un familiar.
Porque por eso pasamos las mujeres en Colombia, en Latinoamérica y en el mundo entero, se encargan de hacernos sentir el sexo débil, nos cosifican y se consideran con la potestad y el poder de violentarnos de manera física, sexual, psicológica, económica o verbal, nos enseñaron por años que así debía ser, que eran hombres, que había que respetarlos, no contradecirlos y peor aún permitir sus abusos.
La memoria quisiera borrar todas las barbaridades que a diario nos persiguen, porque nuestros cuerpos no nos pertenecen y son ultrajados a su antojo. Mujeres como rosa Elvira Celis que fue violada, empalada y abandonada, quien días después de varias intervenciones quirúrgicas y días de sufrimiento muere, feminicidio que impulsó la ley 1761 que lleva su nombre. (Semana, 2012)
También el caso de otras mujeres como Evelyn Hernández en Guatemala que fue violada en múltiples ocasiones y golpeada, en su caso ocasionándole un aborto espontáneo, situación que la llevo a pagar 30 años de cárcel, sí, a ella le metieron homicidio agravado. (BBC MUNDO, 2017)
Porque en Guatemala desde 1958 tumbaron la ley que permitía practicarse una interrupción voluntaria del embarazo en las tres causalidades que es permitida en Colombia. Por violación, malformación del feto, o riesgo de vida de la madre.
Mientras en Colombia, los próvida van en contra de esta ley, en Guatemala 17 mujeres como Evelyn están pagando años absurdos de cárcel, porque fueron violadas, porque sus maridos le dijeron tal vez que si planificaban las golpearían o las volverían a violar.
Nada ajeno a lo que sucede en Colombia, en los pueblos, veredas y comunas sin nombre y sin ley donde violan a las niñas sus hermanos, tíos, abuelos y padrastros, donde si se contaran estas violaciones y se denunciaran las cifras serían más alarmantes de lo que ya son.
Ya no podemos callar más, por cada niña, por cada mujer, por cada feminicidio, violación y acoso callejero, por cada grito, por cada mutilación genital, por cada planchado de senos, por cada ataque con ácido.
Por todo eso nosotras mismas sanaremos el alma y el cuerpo desde nuestros saberes ancestrales, desde las plantas, la tierra, el agua, la experiencia y la memoria, en las calles que rehabitamos por todas las que no están. Romperemos las cadenas de la indiferencia, saldremos una vez más a luchar por la vida, la dignidad y la justicia, y en nuestros pasos y manos juntas, sanaremos las heridas ancestrales que hoy se vuelven fuerza, amor y alegría, porque si nos tocan a una nos tocan a todas.
Escrito por: Blanca Reyes Vélez
Comunicadora Social Y Periodista, Directora del Programa Radial Voces De Mil Colores Tejiendo Lucha y Equidad, Feminista por su propia historia y las de muchas. Integrante de La Manada Colectiva Feminista de Derechos Humanos.
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