Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

No importa la metamorfosis de tu nombre

Por: María del Pilar García

Arquitecta.

Cuando nací no me pasó como a mi hermana, que por nacer el día de su santo el trece de mayo, los abuelos añoraban para ella el nombre Fátima; no, aún no habiendo nacido ni el 2 de enero que se conmemora la fiesta de la Venida de la Virgen, ni el 12 de octubre que  es la fiesta del Pilar, ni el 20 de mayo que  es la fiesta de la Coronación Canónica, me bautizaron María del Pilar y creo fue porque a mi padre le encantaba aquello de Pilarika y de hecho siempre me decía María del Pilar Pilarika, y claro, de niña cuando me preguntaban mi nombre, yo siempre respondía como me decían “María del Pilar Pilarika”.

Ya un poco mayor, en mi casa paterna se fue generalizando solo el Pilarika, por ser más corto; luego al entrar al colegio me llaman solo Pilar, nombre que poco me gusta. Cada que así me llamaban yo respondía María del Pilar, y cuándo me llamaban María, igual respondía mi nombre completo. El asunto es que un nombre compuesto y dos apellidos largos, no es fácil de decir en este mundo donde todos, quieren ir a la carrera.

Al entrar a la universidad sí que todo andaba más veloz, y muchos de los amigos perdieron sus nombres por Coke, Chiqui, Quitafla, Gordo, etc. Yo por fortuna no lo perdí del todo, me bautizaron Pili y la verdad no me disgustaba. Después de la universidad, en mi paso por Europa hubo quien me llamara ¡Pilarikaki Mou! que traducido entre el griego y el francés es “Pilariquita Mía”.

Cuando me casé volví a la María del Pilar como toda una señora, pero casi que volaba cuando oía ¡Maria del Pilaaar! porque sabía que algo grave estaba pasando. Y así pasaron los años entre el Pilarika de la casa paterna, el Pili de los compañeros de la Universidad y el María del Pilar del hogar, hasta cuando mi nombre se volvió otro al que a toda mujer enternece, “Mami” que, además, nos derrite, pero cuando mi hijo trajo a sus amigos a casa y me volví la alcahueta de todos, me llamaron “Doña Pili” nombre que fácilmente mi hijo adoptó como propio y alternaba con “Mom”, después de sus cursos de inglés en Usa.

Y no puedo dejar de mencionar el “Pillarica”, como me bautizó un buen amigo que me catalogaba como pilla. Además, obtuve también el nombre de “Edil” con apellido comuna 19, por mi comuna. También pase por el de presidente, cuando después de 115 años, logré por mayoría de votos ser la primera mujer en ese cargo en la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali. Aunque también lo había tenido en la presidencia de la sociedad de Arquitectos Paisajistas del Sur Occidente Colombiano.

Hoy añoro volver a cambiar mi nombre por el nombre que me acompañará hasta el final, por el nombre definitivo, el más esperado, el de la mejor categoría y el de más sentimientos y menos responsabilidad, el “Abu Pili” o “Nona Pili”. No sé cómo será pero deseo que sea ahora ya, cuando todavía no tengo todas las arrugas, ni camino lento, ni me dejo el pelo blanco, ni estoy cansada, ahora que estoy en mis cabales, y puedo compartir cuentos adaptados o inventados y puedo tirarme al suelo y revolcarme, ahora que puedo soñarlo una noche estrellada aun estando despierta.

Sea cual sea el nombre que nos dan, nos guste o no, lo importante es la esencia,lo que tenemos internamente  y  que  se hace un motor para que sirvamos a los demás. No importa cómo te llames, ni cómo te apellides, siempre y cuando sirvas a tu gente, puedas aportar a tu comunidad, y dejes un buen ejemplo a esos nietos que algún día vendrán para felicidad y continuidad, de tu esencia como un legado para la humanidad.