
A finales de junio se celebraba el cumpleaños del barrio y había actividades de todo tipo: alboradas, kermés, campeonatos deportivos de fútbol, ciclismo, patinaje y obviamente: ajedrez. Mi papá sabía que me gustaba jugar ajedrez, pero lo que no sabía era que yo no sabía jugar muy bien. Yo tenía unos 12 años en aquel entonces. Mi papá me inscribió y me llevó a las mesas donde estaban jugando. Él era una persona muy extrovertida así que llegó haciendo alarde de su hijo al que él llamaba el “Kasparov caleño” y a los demás papás les hacía creer que su hijo iba a ganar de manera apabullante. Si no estoy mal ese torneo se jugó a tres rondas que clasificaban a una eliminatoria a muerte súbita desde cuartos de final. En total si llegaba a la final jugaba seis partidas. Llegó el momento del sorteo y en la primera ronda me tocó jugar con un niño que la verdad yo no conocía y que afortunadamente no sabía jugar. Le gané rápidamente y de manera brutal lo que hizo que mi papá alardeara más de mí. Tocaba esperar que todas las partidas terminaran para iniciar la segunda ronda. En la segunda ronda jugué con un niño que sabía jugar algo más y la partida estaba muy reñida. A mitad de la partida y después de haber pensado casi 15 minutos su jugada finalmente el mueve y yo, pensando que era una mala jugada, tomé mi alfil e iba a darle un jaque fulminante, pero ¡un momento! Por creer que tenía la partida en mis manos no calculé bien y la pieza que debía tomar no era el alfil, era otra. Como no sabía jugar como mi papá pensaba puse la pieza nuevamente en su casilla y quise mover otra, de manera muy inocente. Uno de los jueces se percató de la ilegalidad de lo que pretendía hacer alertado obviamente por el papá de mi rival y me obligó a jugar mi alfil donde quisiera y que me tomara el tiempo para mover. Al final y después de haber pensado como otros 10 minutos, jugué. La mejor jugada posible con ese alfil, que estaba bien protegido en ese momento, era devolverlo a su casilla inicial. No perdí la partida pero la pude haber ganado, el resultado fue un empate. Haber devuelto esa pieza permitió que mi oponente tomara iniciativa en el juego y me hiciera preocupar y a mi papá quedarse sin musitar palabra por un buen rato. Perdí un tiempo valioso con ese error.
En el ajedrez, como en todo juego, existen reglas y normas cuyo propósito es el de darle un orden y establecer un lineamiento claro para evitar situaciones que puedan generar algún tipo de controversia entre los jugadores. Existen reglas de todo tipo que incluso pueden causar extrañeza para quienes no conocen el juego o lo toman como un pasatiempo. De las reglas que tiene el deporte ciencia y que más polémica genera es la de “Pieza tocada, pieza movida”. Esta regla se enseña desde niños quizás con el ánimo de fomentar un sentido de responsabilidad de las acciones tomadas en el tablero y sus 64 casillas. Si a un jugador le toca mover y toca una pieza tanto suya como de su rival está obligado a moverla o a capturarla.
Existe un recurso tan importante en todos los aspectos de la vida y que muy pocas veces lo tenemos en cuenta y este recurso es el tiempo. Y como en esa partida de mi niñez en la que repensar mi error me tomó casi 10 minutos, este recurso afecta aspectos determinantes como emprender un nuevo negocio o plantear una estrategia empresarial ganadora. En ajedrez, desperdiciar una jugada o movimiento se conoce como perder un tiempo. Esto fue lo que me sucedió; tener que mover y que no sea la pieza o el momento apropiado para hacerlo y por obligación haya que jugarla. En la vida se puede llegar a enfrentar a esta situación y hay dos conclusiones que quiero dejarte a manera de reflexión:
- Precipitarse sin haber hecho un correcto análisis de lo que está por decidirse que, puede ser la elección de realizar o no una inversión, dejar un cliente por otro más atractivo aunque incierto, abrir un nuevo mercado, etc… puede traer situaciones negativas.
- Saber que ante una decisión que se deba tomar por obligación es probable que se vaya a “perder un tiempo” pero, más importante aún, es comprender que la partida no está perdida. Aprender de los errores y potenciar las capacidades, habilidades y ventajas competitivas propias en el proceso hará que se juegue mucho mejor y, ahora con experiencia, se podrá obtener mejores resultados así tome más tiempo del que debía.
A mis 12 años y en un campeonato de ajedrez ante un impulso casi pierdo una partida. En los negocios y en la vida puede costar mucho más, incluso años, dinero, etc…
Si quieres saber cómo terminé ese torneo y lo que me dijo mi papá deja un comentario y comparte esta columna a tus conocidos y amigos.
Felipe Franco
@camemprendedor
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