Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

Presos y expresidentes

Por: Mauricio García Villegas – El Espectador | diciembre 2021

Por estos días cayó en mis manos un libro de Jesús Abad Colorado con fotos de presos colombianos. El libro empieza con la siguiente frase de Nelson Mandela: “Para saber realmente cómo es una nación hay que conocer sus cárceles, pues una sociedad no debe ser juzgada por el modo en que trata a sus ciudadanos de más alto rango, sino por la manera como trata a los de más bajo”.

Las fotografías le dan fuerza a la frase de Mandela: en ellas se capta la vida de los reclusos, en su tragedia apacible de cuerpos ociosos, en su soledad llena de gente, en las noches sin intimidad, en los cuerpos amontonados, en las familias escindidas, en las sonrisas tristes, en la terrible homogeneidad racial y social del conjunto humano, y en la inhumanidad envolvente de todo el sistema carcelario. En ninguna de esas cárceles hay uniformes, ni comedores, ni celdas individuales, ni espacio para respirar aire puro. Se parecen a las prisiones medievales en las que no solo se castigaba el alma (la libertad) sino también el cuerpo.

La indolencia de la sociedad colombiana con los presos (con los perdedores, en general) dice mucho, como sugiere Mandela, de nuestra sociedad y en particular de nuestra clase dirigente. Pero también creo que a la frase de Mandela se le puede dar la vuelta para que diga justo lo opuesto: “Para saber cómo es una nación hay que conocer también a sus dirigentes y en particular a los de más alto rango”. Esto me lleva a pensar, ahora que estamos viendo lo que pasa en la contienda electoral, en los expresidentes de Colombia, ese grupo minúsculo y parroquial de privilegiados que, pensando en la frase de Mandela, también refleja lo que es nuestra clase política y nuestra sociedad.

En las democracias estables los jefes de Estado que terminan sus mandatos se retiran. Algunos se dedican a promover proyectos sociales, ecológicos, científicos o de beneficencia, otros escriben sus memorias, se dedican a la pintura o a la jardinería. En Colombia, en cambio, los expresidentes no se jubilan; siguen en lo mismo, como si estuvieran convencidos de que sin ellos el país se derrumba. Siempre me dio algo de risa lo que decían los periodistas del expresidente López Michelsen: “Cuando habla, pone a pensar al país”. Muchos expresidentes dilapidan el poco capital político que les dejó su gobierno, involucrándose en el debate nacional y tomando partido por grupos o personas. Otros, peor aún, nunca dejan la política electoral, lo cual demuestra que era allí, no en la jefatura del Estado, donde estaba su verdadera vocación. Tal vez por eso nunca consiguen un reconocimiento superior al de jefes políticos (iba a decir caudillos), lo cual, además, explica el hecho de que no se retiren nunca.

Claro, también hay excepciones. El presidente Belisario Betancur se retiró a sus libros de poesía, el presidente Barco se enfermó y es posible que Juan Manuel Santos vaya (¿gracias al Nobel?) por el mismo camino de Belisario, aunque con menos versos.

Pero, como digo, son excepciones. La gran mayoría de los expresidentes colombianos (desde Bolívar) se han creído indispensables, lo cual evidencia cierta actitud monárquica, reiterada por la intención que muchos han tenido, y han hecho realidad, de que sus hijos sean tan presidentes como ellos. Todo esto habla también del tipo de sociedad que tenemos.

Tal vez Nelson Mandela, pensando en Joseph de Maistre, creía que cada país tiene los gobernantes que se merece. Pero yo quiero ser un poco más optimista y decir que los colombianos nos merecemos mejores gobernantes y mejores expresidentes, y que, con la misma lógica, nos merecemos mejores cárceles.