Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

Salud emocional (194)

Ya no vive nadie en ella.

Nuestros padres fundan y organizan la casa paterna en el momento en que deciden unir sus vidas y levantar una familia. Son los encargados de empezar a construir la historia familiar. Pero qué paradoja, somos sus hijos e hijas, los que clausuramos su casa levantada con tanta ilusión. Somos los hijos los que debemos hurgar hasta el último rincón de las estructuras materiales para desocupar lo que ya no tiene vigencia; pero así sean nuestros padres, el acto de clausurar “su casa”, puede semejar casi una violación a su intimidad. Hay ya objetos “extraños” que no reconocemos como testigos de nuestra vida, existen momentos que ya no son los nuestros, puesto que el devenir natural de la existencia genera la distancia, ya esa casa no es nuestra y volver luego, años después, a cerrarla, no es fácil. Como tampoco es fácil acercarse a ellos, en la etapa de la vida en que son ancianos, palpar su deterioro y evaluar qué tanto “ya no son ellos” así sus cuerpos permanezcan, qué tanto la demencia hace de las suyas, qué tanto todo lo vivido empieza a hacer mella en su psiquis para no diferenciar la realidad de lo imaginado. ¡No es fácil! Pero allí está nuestra tarea: hay que asumir cerrar esa casa, disponer de los objetos, desprenderse de elementos que para ellos pudieron ser importantes, pero que ya no “caben” en nuestras vidas.

El tiempo pasa, las personas cambian, la vida se estructura diferente y es necesario asumir el desgaste de la condición humana. El tema de la vejez es relativamente moderno porque las personas no llegaban a viejas. Se moría joven y los viejos eran una minoría. El mejoramiento de la calidad de vida, los adelantos médicos y científicos, han permitido que las personas duren más y cada día se acrecienta el número de ancianos. Y así como sucedió con la crianza de los niños cuando las mujeres fueron a trabajar y se necesitaron los jardines infantiles, de igual manera tenemos que aprender a manejar la vejez dentro de la estructura de la vida moderna. Se imponen los hogares geriátricos para el manejo de las personas de edad porque combinar adolescencia o infancia o juventud con ancianos, es algo semejante a escoger como “enloquecer a diario”.

La pandemia no lo mostró en toda su magnitud. Basta un simple detalle: el mundo de los ancianos por lo general es lento y pausado. Las generaciones actuales viven a un ritmo vertiginoso y reunir en un mismo recinto comportamientos tan diversos es una bomba de tiempo. Parodiando “Las Acacias”, ya no vive nadie en ella; solo quedan los recuerdos, la historia compartida, fotos y fotos y la sensación de cerrar un ciclo, de terminar una época. Es impresionante cómo una persona anciana acumula objetos “para cuando se necesiten”. Pero se les acabó la vida y los objetos siguen allí, guardados, acumulados, generando una pesadez de ambiente increíble. Cajitas, bolsas vacías, papel de regalo “por si acaso”. Creo que el apego a lo material es la resistencia psicológica a no “quererse ir”, a no aceptar que la muerte nos llega. Pero hay que seguir adelante. Ellos y nosotros debemos continuar. Aprender sí de sus vidas, de la forma como enfrentaron cada minuto, posiblemente para no repetir algunos de sus comportamientos y ser conscientes de que construimos la vejez que queramos. Ellos posiblemente ni siquiera lo pensaron, no tuvieron modelos ni nadie se los dijo. Su apego, su dolor y su miedo, pueden convertirse en nuestros maestros para vivenciar una vejez más sana.

Por: Gloria H.