Por: Gloria H.
Amargura
Para mi, psicóloga, una de las enfermedades más complejas que puede sufrir un ser humano pero que no lo incapacita para sus relaciones sociales, es la amargura, algo así como la amalgama de múltiples conductas que terminan en ese depósito, la malparidez, la sensación de que todo está mal y en vías de empeorar.
No hay sonrisa, ni alegría, ni siquiera un atisbo de esperanza. No, las cosas no van bien y lo que es mas grave, estarán peor. Es el amargado, la persona cuya perspectiva siempre es negra.
Amargura significa sentimiento duradero de frustración, resentimiento o tristeza, especialmente por haber sufrido una desilusión o una injusticia. O mas claro, de raíces griegas pilkria, significa punzante, específicamente veneno, atravesar, perforar, amargo.
¿Cómo se instala la amargura en el corazón? Tal vez la primera impronta para la creación de esta conducta, es la sensación de haber perdido, de que “merecía” lo que esperaba y no se le dio, de que “alguien” le quitó lo que es suyo, de que usted tenía la razón y “se la arrebataron”. De allí en adelante, le “cobrara” al mundo lo que no consiguió. Señalará con el dedo rígido, como el juez poderoso, lo que es correcto e incorrecto, “disfrutará” el fracaso del otro porque es la manera de “sacarse el clavo” y vociferar “yo se lo dije”.
Amargura en el corazón sin importar las consecuencias. Lo importante es cobrar, vengarse, probar “su verdad” a costa de cualquier situación.
La amargura es como “el sanitario” de múltiples sensaciones negativas. Sobre todo la envidia, los celos, rabia, miedo, frustración, todo esto reunido puede terminar en ello, en la amargura. Y un líder amargado, claro, capitaliza a otros muchos que tienen esa misma sensación y resuenan en una actitud que ni ven, ni oyen, ni entienden.
Es como enfrentarse a una pared. No hay orificios que permitan una apertura porque sólo se percibe la frustración de haber perdido. Inicialmente los amargados producen rabia, impotencia. Nada los mueve de su rigidez, de su negativismo, de su desesperanza.
No hay mucho por hacer, sólo dejar que la vida continúe y pueda –de pronto- enseñarles. Como el alacrán, terminarán mordiéndose su propia cola, enredándose en su veneno. Primero, claro producen impotencia. Al cabo de los días, pueden generar una infinita compasión. No hay nada que los entusiasme, ni generan esperanza, ni hay expectativas. ¡Pobres seres! El mayor infierno de un amargado no está afuera sino dentro de si mismo: enfrenta cada día una realidad que no acepta, que le duele, que arde, tarea nada fácil para el psiquismo.
Allí está la amargura haciendo presencia, recordándole su frustración eterna por no haber tenido la razón. Pobres seres, los que le apuestan a que el mundo vaya mal, a seguir en lo mismo.
Los amargados de USA se pueden parecer a los nuestros que por miedo y con mentiras anhelan, necesitan tener la razón. ¡Esto es un desastre!. ¿Es la amargura contagiosa? Sí, cuando resuene en el negativismo. Pero si mira para adelante y la apuesta a que las cosas pueden cambiar, no. De usted depende…
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