¿Es de los que sueña con tener una vida, al menos algunos días, sin dificultades? ¿Es de los que cree que a la vida venimos a “gozárnosla”? ¿Es de los que anhela una sociedad en la que “todo” funcione? Allá, en el fondo, ¿usted siempre ha creído que tenemos derecho a esperar que la familia, la comunidad, el país, se desenvuelvan sin dificultades?
¿La felicidad es un don que me corresponde por ser humano y tengo derecho a reclamarlo, a exigirlo y a molestarme con los que “ obstaculizan”, de cualquier forma, mi anhelo de encontrarlo? ¿Son los otros responsables de que no logre la felicidad soñada?
Para muchos felicidad, entonces, es ausencia de dificultades. Es vivir en el paraíso, o como decía Estanislao Zuleta, “vivir en una sala cuna” o en “un paraíso de mermelada”, todo dulce, todo agradable, todo sonrisas. El problema fue que nunca nos enseñaron que la vida es un aprendizaje, nada es perfecto y por lo tanto a la vida venimos a aprender.
El error y la dificultad que generan frustración, son lo más “valioso” de la condición humana porque a través de ellos aprendemos. En una vida perfecta, sin dificultades, no hay nada que aprender; los errores, las frustraciones, que tallan tanto, son los maestros que nos ayudan a crecer.
Vida sin dificultad no existe, vida perfecta es una utopía. Cada error es una lección ante la cual puedo renegar, protestar, rechazar o aprender a manejar, a enfrentar. Porque ante los errores, sino aprendo de ellos, repito.
¿Hasta cuándo? Hasta que aprenda. Aprender no es someterme, ni callarme, ni doblegarme, no. Es enfrentar el momento y mirar que tengo por asimilar de esta circunstancia. Y cuando acepto que la vida “no me persigue” o no me la tiene “montada” fluyo con más tranquilidad incorporando la frustración y la dificultad como parte de mi crecimiento.
Impacta saber cuánto daño se puede hacer una persona a sí misma, solo siguiendo las creencias que le enseñaron de niño. “La felicidad es un derecho, está allá afuera y el mundo me la debe”. Entonces, siempre hay un culpable, siempre existe un responsable del error externo, pero poco me miro a mí mismo para aceptar que tanto busco un mundo de perfección que no existe. Que tanto yo mismo construyo mi felicidad aceptando la imperfección y la responsabilidad de mi propia vida aprendiendo de cada momento de frustración.
No quiere decir que no pueda “gozarme” la vida: que rico disfrutarla. Pero puedo gozarla con más tranquilidad cuando me centro en la responsabilidad de la construcción de mi felicidad. Depende de mi, nadie me debe y tampoco nadie me hace daño, las frustraciones y fracasos son mis “quices” en mi personal camino por la vida.
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