Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

Democracia y Fake News

¿Cómo nos afectan las noticias falsas?

Para podernos comportar como una sociedad organizada y funcional, requerimos una serie de instituciones con funciones que todos reconozcamos y aceptemos para preservar el bien común. Hay varias maneras de reconocer y aceptar esas instituciones alternativas, y hoy me voy a referir a una de ellas: la democracia. 

En una democracia aceptamos que un reducido grupo de personas, elegidas por una mayoría, decida cuáles son los órganos que regulan el funcionamiento de la sociedad, cómo se eligen esos órganos, cuáles son sus funciones, y que todas estas decisiones se impongan por la ley, tanto a las personas que participaron como las que no participaron en el respectivo ejercicio democrático.

Y este régimen democrático es considerado en la mayoría del mundo occidental como el más adecuado y menos imperfecto de todos los posibles modos de mantener una sociedad organizada y funcional.

Para que pueda funcionar la democracia, se necesita que las personas que conforman el electorado tengan dos cosas: primero, un conocimiento común de la realidad, y segundo, que tengan un deseo u objetivo común. Es decir, los electores deben conocer su realidad y decidir qué quieren hacer con ella; y de acuerdo a esa decisión ver cuál candidato les conviene más para lograr sus objetivos, y votar por él.

Entonces, en el siglo XIX, había escasos medios para que cada elector conociera su realidad más allá del ámbito parroquial y local. Pero esos medios, (el voz a voz, la correspondencia, algunos pocos periódicos y revistas), eran de múltiple y diverso origen y permitían contrastarlos para que cada uno sacara sus propias conclusiones. De todos modos, lo que cada elector quería hacer con su conocimiento de la realidad no importaba en realidad. Las élites en competencia electoral, decidían cuáles eran las alternativas a ejecutar sin importar lo que el público general pensara o quisiera, entre otras cosas porque no tenían manera de medir ni identificar lo que el público quería. Es decir que para el siglo XIX, el público tenía un escaso conocimiento común de la realidad, y no se sabía si había un objetivo común.

Sin embargo, con el siglo XX, vimos como entraban en acción la radiodifusión primero, luego la televisión, y las encuestas. La radiodifusión y la televisión posibilitaron el acceso económico y rápido a las noticias para el público en general, pero gradualmente concentró el poder de manejo de la información en pocas manos. Con estas herramientas de difusión, los electores llegaron a estar más informados de su realidad común, aunque el origen de esa información estaba concentrado. Y, además con el desarrollo de la tecnología de las encuestas y el manejo estadístico de las mismas, fue posible saber lo que el electorado quería hacer con ese conocimiento de su realidad. Es decir que se tenía todo para que la democracia pudiera funcionar adecuadamente, siempre y cuando la concentración de la información respetara unos principios básicos de independencia e imparcialidad.

Pero ahora, en el siglo XXI, nos encontramos con que la información ya no está concentrada como cuando dependíamos de la radio y la televisión. Ahora, dependemos mayoritariamente de las redes sociales para conocer nuestra realidad. Ahora, el público en general recibe una avalancha de información de múltiples fuentes atomizadas y parcializadas. Nuevamente, como en el siglo XIX, el público perdió el conocimiento de una realidad común, que le permitía tener un objetivo común. Y la tecnología que permitió conocer lo que el público quería (las encuestas), se convirtieron en el arma para manipular los objetivos y deseos del público, siempre con un interés político.

Y esto es fatal para una democracia funcional y sana, porque nos lleva a una polarización cada vez más acentuada y nos aleja del reconocimiento de una realidad y un objetivo comunes. Los temas de gran importancia para la sociedad no reciben tanta atención como las discusiones airadas entre algunas personalidades públicas, a menos que quienes participan en los debates lo hagan con argumentos airados.

Irónicamente, el internet, que nos ha posibilitado el acceso barato y universal a la información y que debía ayudarnos a lograr un mejor funcionamiento democrático y una mayor integración en una sociedad global, está minando la democracia gracias a la preferencia humana de enfatizar lo que nos diferencia de los demás en lugar de lo que nos une, y está favoreciendo mejor que nadie hubiera predicho, a quienes quieren evitar la aldea global. Pero no es solo debido a la preferencia humana de actuar de acuerdo con su «clan», sino que el modelo de negocio detrás de las redes sociales, según el cual entre más visitas, o más me gusta, o más retweets tenga un mensaje, más posibilidades de monetización tiene, promueve  que  los contenidos polaricen y así lograr más difusión.

Solo nos queda a nosotros, el público en general, que en última somos los que tenemos en nuestras manos el poder de replicar o no la información que nos llega por las redes sociales, la responsabilidad de, con criterio, decidir qué información transmitimos. 

PABLO ANTONIO PEREZ VALENCIA.

@paperezvalencia