Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

La grandeza del Festival de Danzas de Guacarí

#ConvocatoriaCecanMedia

Por: Daniel Felipe Otálvaro Ramírez

Todo comienza a mediados de la década del setenta; Guacarí inició un proceso de culturalización basado en el arraigo, la música y la expresión corporal de conceptos ancestrales que formaban un baile. Era la primera vez que en este municipio se hablaba de folklore y danza, de igual forma, se fueron levantando críticas, las más férreas provenían de una sociedad conservadora que tildaba a los bailarines de homosexuales y prostitutas, sin lugar a duda, la patria chica se encontraba inmersa en una revolución cultural.

La aceptación social se fue dando con el trasegar de los años, el pueblo de Juan López de Ayala se dejó seducir por los movimientos de cadera y sonar de la tambora, de tal manera, que la Escuela Normal Superior Miguel de Cervantes Saavedra, a través de su rector; Luis José Toro (Q.E.P.D), optó por incorporar la danza en el currículo académico, conllevando a la conformación de grupos representativos en las escuelas, tanto de la parte urbana como rural, estas mismas organizaban actividades gastronómicas para hacerse al vestuario, que para la época era prestado por el Instituto Popular de Cultura de Cali; las agrupaciones tenían su puesta en escena los días de conmemoración y celebración comunitaria, logrando posicionar a Guacarí como un municipio pionero y cuna de movimientos culturales en el Valle del Cauca.

Recorriendo el departamento de los verdes campos, en los primeros años de los noventa, llegó desde Ocaña (Norte de Santander) Fabio Lozano con la idea de crear un Festival latinoamericano de danzas. Guacarí era atractivo y por ende fue su elección; debido a la ubicación geográfica, las vías de acceso, el tamaño de la plaza central y principalmente, por el trabajo que se venía adelantado con la Casa de la Cultura, para ese entonces dirigida por Héctor Fabio Rengifo, quien aceptó la propuesta e inició las gestiones con la alcaldesa Dilian Francisca Toro.

Lozano, posteriormente se citó con Mirian Saavedra, directora de la Representación Artística Guacarí Escuela Normal Superior, entregándole la invitación para asistir a un evento en Ocaña y además, dialogar la viabilidad de un festival de danzas en la tierra de la garza blanca.

Norte de Santander estaba a solo 1’300.000 pesos de distancia. Se debían recoger los recursos para el viaje. “primero nos conseguimos un millón con una presentación con los negros en Guabitas y luego me prestaron 300 en el banco y nos fuimos dos grupos, la parte andina y costa, eso logró llamar la atención de todos, incluyendo los de la junta de organización”, de esta manera la profesora Mirian Saavedra recuerda como 16 guacariceños, con cabuyas, trenzas, faldas y sombreros, conquistaron la audiencia y se trajeron con ellos un Festival de danzas.

1993 marcó un hito en la historia cultural de San Juan Bautista de Guacarí; año en el que se organizó el primer Festival latino americano de danzas folclóricas “Luis Carlos Ochoa”, al que posteriormente el Concejo Municipal le cambió el nombre por el de Mirian Saavedra. Luego creó el comité técnico y artístico de coreógrafos, encargándose de la observación de registros fílmicos de grupos que pudiesen ser invitados, el filtro se fundamentaba en la técnica, vestuario y concepto artístico, por otra parte, la logística estaba a cargo de un comité local que designó las funciones de alimentación, utilería, hospedaje, silletería, seguridad, luces, sonido y cables, a los voluntarios. Todo enfocado a los 16.000 espectadores, entre oriundos y extranjeros, que gozarían del evento, de tal magnitud, que incluso los vehículos no cabían en las calles, viéndose obligados a parquear en la cancha de fútbol de la Normal.

El telón se abrió con el baile de la diosa huakar, una exposición artística sublime, 45 minutos y 60 artistas, bastaron para que el público comprendiera el origen del nombre del pueblo que reposó bajo la sombra del samán, esa noche los guacariceños reconfortaron su identidad en la tarima, despidiendo a los bailarines en medio de lágrimas de orgullo y con firme altivez.

El Festival mostró al mundo trabajos de investigación coreográfica, que se tejían a través de discursos arcaicos, fotografías inéditas y costumbres ancestrales específicas; aportando un material valioso para la representación folclórica. Una de estas historias es la del “corozco de los 20” contada por la señora Inocencia Domínguez (Q.E.P.D) y llevada al escenario por el grupo representativo de Guacarí, constaba de un baile en un salón iluminado con velas de sebo en las esquinas sostenidas con guaduas, en cuanto a los movimientos, era con revuelos y botellas de aguardiente amarradas en la cabeza que no se dejaba caer, la música era de tiple, bandola y guitarra, hasta que se formaba el pleito con los provenientes del corregimiento de Canangúa.

El público fue encontrando sus raíces, la razón de ser de las tradiciones y de costumbres culturales a través de la danza, debido al concepto que se estructuraba en los movimientos de la expresión artística. “La rumba guacariceña de los años 30” fue otra de las investigaciones que se vió en aquellos días de Festival, baile que llegó en un buque que navegaba por el Cauca, en el que provenían las mujeres “gelatina”, un peyorativo debido al maquillaje, la vestimenta de seda, las trenzas y tacones gruesos con las que salían a bailar en las fiestas patronales de San Roque.

El Festival de danzas era majestuoso, mostró a Guacarí como un pueblo con ascendencia afro; en el que se jugaba tejo, en el que el pájaro coclí gozaba picotear en las orillas de la Madre vieja de Videlez, mientras que una garza contemplaba la aurora reflejada en la laguna de Sonso. Todo lo anterior se extendió por Cuba, Panamá, Brasil, Ecuador, Venezuela, México, Chile e Italia, era la cima y casi la gloria alcanzada, sin contar el homenaje que le dio el Banco de la República al árbol de Guacarí (Samán) como patrimonio Nacional, además, en el cronograma anual de eventos culturales le abría un espacio a mediados del mes octubre.

El pueblo se hizo a la danza y acogía el Festival con una fiesta propia, tanto así, que con solo escuchar el llamador el guacariceño sabía si empezaba el bullerengue o el mapalé, sabía que las lentejuelas no se usaban en el litoral pacifico, que la guabina no es lo mismo que pasillo y que un zapateado no siempre es joropo, la formación cultural se veía reflejada en el recorrido que se hacía por las calles, las banderas adornaban los ventanales, balcones y puertas.

En la actualidad, la realidad se soslaya con la nostalgia, de aquel festival de cuatro noches de intercambios culturales, gastronómicos y unos cuantos amoríos, quedan sus frutos. Escuelas de danza, profesores que se rehúsan a recoger las cenizas, y lo más importante una audiencia que aún sigue esperando el regreso del Festival de Danzas Folclóricas de Guacarí.

Fuentes publicadas: Radio Diez de Marzo y el portal digital Las2Orillas.