Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

Salud emocional (162)

Cobrador de culpas

¡No sé de dónde diablos salió la culpa! Tal vez del concepto de pecado original, Adán y Eva saliendo avergonzados del Paraíso (¿Cuál Paraíso?), tal vez de conceptos religiosos protestantes, de la idea de perfección, o de aquello de lo que siempre nos hablaron, cielo e infierno, buenos y malos, inocentes y culpables. Pero, independiente de donde haya surgido, la verdad es que la culpa existe, se da, se vive o se cobra.

Son facturas pendientes que se guardan para pasarlas en el momento «mas» indicado. Es decir en el momento donde mas se sienta, donde mas se pueda dinamitar o al contrincante o a nosotros mismos. La culpa es un sentimiento interior de minusvalía, de impotencia, de vergüenza, de rabia; no somos como creímos que eramos o como «debiéramos» ser. No se es como se esperaba.

¡No cumplimos con el ideal! Ni con el nuestro, ni con el de los demás. Y por lo tanto debemos «cobrar» el que las cosas no sucedan como se espera; el que no seamos perfectos, el que el mundo no sea tal cual imaginamos o el que no esté a nuestro servicio. Y entonces viene la culpa, una rabia «menuditica», la sensación de impotencia, de inferioridad.

Nos invade un sentimiento de desprecio hacia nosotros mismos. El sentimiento de «culpable» está muy ligado a la idea de perfección: ser perfectos, sin errores, sin la posibilidad de una equivocación. La culpa es como un juez interior capaz de aniquilar al mas sano de los mortales. La culpa remite necesariamente a creer que se vive entre dioses o robots, o seres de otros planetas que nunca se equivocan. La culpa es algo así como un manifiesto contra la condición humana: no se puede fallar, no se puede acceder a la duda, o a la inseguridad o a la equivocación.

No somos hombres y mujeres, no somos de «carne y hueso», no somos finitos, no. ¡Debemos ser excepcionales!

Si tuviera el poder borraría la culpa del diccionario, la borraría de los corazones, la borraría de la existencia humana. La culpa es como dinamita interior que no aporta ningún elemento sano a la condición humana. Pero existen individuos hombres y mujeres que han construido sus vidas especializándose en ser y actuar como «chepitos» de la culpa. Cobran y cobran.

Tienen la astucia y la sagacidad de sintonizar con el otro, con el error del otro y entonces, allí en la equivocación, extienden la factura. ¡Y cobran! Parece como si se regodearan en «encontrar» defectos, en captar fallas. La culpa y la amargura van de la mano; parecen convertirse en la pareja del infortunio y de la desesperanza.

¡Pobre corazón humano! ¿Qué hacer frente a la culpa? Antes que nada, una mirada de aceptación de la condición humana. Nos equivocamos para aprender no para destruirnos. La culpa es «basura» en el corazón y es claro que las basuras de desechan, no se guardan.

La culpa nace de una comparación –ya con un ser ideal o con otro u otra mejor que yo-. La culpa discrimina porque se refiere a seres de mejor categoría que otros . Vale la pena revisar si nuestra nueva profesión u oficio es «chepitos» de la culpa. Si la relación con los demás se ha convertido en «cobrar» o pasar facturas emocionales. Y si es así, déjeme decirle que es como estar trabajando con los desechos de la condición humana!

Por: Gloria H.