Revista Digital CECAN E3

Examinar. Entender. Evaluar

Salud emocional (164)

¿Te insultan?

La cultura educa para “no dejarse”, es decir para responder, para devolver agresiones, para no quedarse callado. Sin embargo cuando se logra analizar lo que significa “responder a la agresión” se va tomando conciencia de que cuando “devolvemos” la ofensa lanzada quedamos en manos del agresor.

Es el otro, el violento, el que nos maneja, el que nos “saca” de nuestra aparente calma para “entrar” en su rabia. Responder a un insulto es lo mas inmaduro que existe. No es fácil, pero hay que hacer conciencia.

Como si pudiéramos prohibir que el otro hable y diga lo que se le antoje. Pero, ojo, si yo tengo seguridad en mi misma “no soy lo que la boca del otro diga”, tengo que llegar a RESPETAR que el otro exprese lo que se le antoje, así sea un insulto. La mayor prueba de madurez y tolerancia consiste en respetar a los que nos irrespetan. No engarzarme ni en su rabia, ni en su neurosis, ni en si histeria… Aun más, ni siquiera puedo impedir que diga lo que quiera. “No soy lo que la boca de los demás dicen”.

Mi madurez radica en no sintonizar en su onda violenta. Respetar a los que creemos nos respetan es “facilísimo” pero se prueba nuestra madurez frente a la opción de respetar al irrespetuoso.

Hay que entrenarse para llegar a vivirlo a conciencia. No es inmediato pero se logra. La respuesta sana depende en gran medida del nivel de conciencia en que se esté. En el de supervivencia, cualquier situación de agresividad suena como amenazante y el “retorno” de la agresión no se hace esperar. Hay que protegerse por encima de cualquier consideración.

Cerebro reptiliano instantáneo. Sin embargo, si acepto que aprendí a “respetar al que irrespeta”, no significa que los demás vayan a actuar de la misma manera. El que responde a una agresión puede ser muy infantil, estar viviendo niveles elementales de conciencia y no puede aceptar que le digan palabras o hechos incómodos.

Este nivel de conciencia se “alimenta” del reconocimiento y palabras externas. De allí que un insulto puede significar, (como si fuera un espejo), una amenaza a la propia identidad. Hay que defenderse con lo que haya. Por tanto, todas las personas no van a responder igual. ¡Vivimos en el mundo de la diferencia! Hay ejercicios sencillos de toma de conciencia que nos llegan a cambiar la vida y las relaciones con los que nos rodean.

De los más sanos (y urgentes) no dejarse engarzar, no responder a la agresión del otro porque yo no tengo ningún poder para controlar su rabia.Paradójicamente, entre yo menos responda, más rabia le da a otro, al que insulta, porque él necesita alimentarse de la rabia que le despierta a usted.

Pero si logra no dejarse engarzar, le aseguro que empezara a percibir la inmensa satisfacción de sentirse dueño de si mismo y de sus emociones. Está libre y eso, no hay con qué pagarlo. ¡Ensaye!