Patentar la producción de la panela, es como patentar la producción de tamal y lechona. INACEPTABLE – Informativo Nuestra Gente
La panela es un producto ancestral en nuestra canasta alimenticia y en nuestra cultura gastronómica. Y lo es, porque su elaboración a partir del modo de vida de nuestros antepasados, ha logrado, vía el ensayo-error y las apropiaciones culturales de las comunidades, obtener un producto que a cuentas de horneado, batido y pesado al ojo, nos ofrece un aroma, un gusto y unos nutrientes, que no vienen dosificados de fábrica, sino por el contrario, de los jugos de la caña, de sus tiempos de combinación con el calor y el movimiento de batea y de su contacto con el humor de nuestros campesinos paneleros.
500 años de historia no son patentables, así con filigrana jurídica, alguien, en su personal representación o en disimulada representación de intereses azucareros, pretenda apropiarse del saber cultural de un pueblo, de unos pueblos, que han hecho de su procesamiento, mayoritariamente artesanal, forma de vida económica y de identidad social.
Llama la atención que en estos tiempos en los que el azúcar está en la picota pública por los daños a la salud humana, un accionista directivo de ingenio azucarero, además pariente de una senadora de la República, también accionista de la industria, haya encontrado en USA el reconocimiento de una patente de procesamiento, que aprovecha propiedades naturales medicinales de la corteza y el cocinado de la caña, para apropiarse de una agroindustria campesina, como la que más; pues desde sus orígenes, los negros y los indígenas sobrevivientes a la invasión europea, fueron quienes comenzaron a trabajar y a procesar la caña panelera, para su propia alimentación, lejos de visionar en esos tiempos, que su panela un día terminaría convertida en producto comercial.
Desde sus orígenes como cultivo y proceso agroalimentario, el saber colectivo es el que potenció lo que hoy es un sector, que aunque muy golpeado, entre otras razones, por la publicidad de las bebidas azucaradas y por las modas alimenticias, en detrimento de sus precios y de su nivel de consumo en la canasta familiar, es de vital importancia para la seguridad alimentaria y para no aumentar la precariedad de la vida campesina.
Además, la patente ni siquiera agrede a un producto. Agrede un saber y en tanto que así es, intenta apropiarse descaradamente de la formación cultural de los pueblos, en este caso, a través del procesamiento de sus alimentos. Por esta razón, ésta no puede ser una pelea en solitario de los paneleros. Debe ser una pelea colectiva de todos los colombianos, puesto que es nuestro saber cultural y nuestra propia historia la que se está patentando y esto a todas luces, es un desafuero inaceptable.
En Colombia más de 350 mil familias campesinas, derivan su sustento del procesamiento de este producto, laborando en cerca de 20.000 trapiches paneleros presentes en 25 departamentos del país, vinculando literalmente a los miembros de la familia en su procesamiento, además de a cerca de un millón de jornaleros. Somos después de la India, el segundo productor mundial de este alimento y en su perdurabilidad no ha habido ni inversionistas, ni grandes industriales apoyando al campesino, pues repito, su desarrollo ha sido «ancestral», esto es, cultural en las regiones, al punto que muchos de los lotes paneleros, son marcados con las iniciales de los líderes trapicheros, como señal de confianza y marca territorial.
Los paneleros organizados lograron desde finales del siglo 20 que el Estado les creara una ley de protección, que si se estudia bien, es básicamente el reconocimiento de que la panela no es azúcar; pues mientras el azúcar es un producto procesado industrialmente, con los consabidos protocolos para su formulación como «alimento industrial»; la panela es un producto artesanal, que si bien aprovecha la caña, lo hace como resultado de una cultura alimenticia, que de no existir, simplemente dejaría la caña al servicio de la la industria azucarera, desaprovechando las opciones nutricionales y energéticas que brinda la humilde caña transformada en panela.
Así pues, ante la amenaza que significa la pretendida patente al procesamiento de la panela, debemos apoyar a los campesinos y a los trapicheros agroindustriales de la panela, para que tal pretensión sea revisada en USA y no prospere, ni aquí, ni en la UE, ni en ningún otro país. Atención, de a poco, nos van midiendo el aceite, y al final sin darnos cuenta, alguien un día va a resultar patentando la forma de hacer nuestros sancochos, nuestros tamales y nuestras lechonas y; también patentarán ante nuestro descuido o desidia, nuestras formas de comer, de bailar, de conversar, de cantar y; además, nuestras formas de beber y gozar nuestras aguas y los espacios y formas en las que gozamos de nuestra respiración. El día puede estar más próximo de lo que nos creemos y cuando ocurra, ahí quedaremos convertidos en parias desahuciados en nuestros propios cuerpos y entornos.
A consumir pues, la aguapanela bien fría, bien caliente, con limón, con leche, con yerbabuena, con jengibre o con albahaca, con queso cuajada o queso crema. No olvidemos que el pueblo colombiano ha tenido en la aguapanela una fuente energética y nutricional de primer orden, desde la cuna, hasta los lechos de enfermos de nuestros mayores. ¿Seremos tan necios de permitir que individuos por millonarios y poderosos que se lo crean, abusando de los vericuetos jurídicos, se apropien de lo que nos pertenece como cultura, historia y alternativas de sobrevivencia?
Invitados al programa de hoy:
- Néstor Triana – Ingeniero Químico
- Enrique Sánchez – Sociólogo
- Nilson Liz Marín – Líder campesino
- Maribel Marín Medina – Coordinadora de encadenamientos productivos
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